El Padrino: Cinco décadas de una oferta que no se puede rechazar

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En 1969, el escritor criado en el distrito de Nueva York conocido como Hell’s Kitchen, en Manhattan, llamado Mario Puzo, publicó una obra que, sin saberlo, haría historia al ser adaptada en cines en 1972 por Francis Ford Coppola, convirtiéndola en un clásico instantáneo y, para muchos, en la madre de las películas de mafia. Irónicamente, la creación de esta obra vendría precedida de una historia de varios fracasos literarios y un mundo de deudas que no podía saldar. Ese libro fue, ni más ni menos que El Padrino.

Para su estreno en salas, Coppola obtuvo con la adaptación cinematográfica de la familia Corleone un total de 11 nominaciones al Premio de la Academia, alzándose con tres, incluyendo el de Mejor Película. Nada mal para una historia nacida a partir de la crisis de un escritor que parecía no tener salida ni para un director que, en su octavo largometraje, lograría consagrarse como uno de los realizadores más importantes de su generación, al lado de Martin Scorsese, Steven Spielberg, Brian de Palma y George Lucas, en una época en que Hollywood estaría cambiando sus formas de contar historias.

El Padrino de Mario Puzo, como insistió Coppola en llamarla para darle el justo crédito no sólo a la obra de la que venía sino al trabajo que ambos realizaron en el guion, se ha convertido en un clásico que marca a cada generación al mostrarnos en tres horas un viaje lleno de ambición, poder, traición, dolor y violencia en una oferta que es imposible de rechazar. Tan influyente es esta película que redefinió de alguna forma al cine de mafia, aquel que ya tenía grandes exponentes en los años 30s con James Cagney y cintas de la talla de Angels With Dirty Faces (1938) o Little Caesar (1931) que lograron llegar antes de la época de la voraz censura en la industria.

La labor de Coppola es magistral desde las decisiones del cast. Empezando por el inigualable Marlon Brando, quien ya estaba consagrado en ese momento después de su papel en la dura cinta de Elia Kazan, Nido de Ratas (1954), otra favorita de la Academia que tocaba también ese enfoque del crimen organizado en otras formas, donde Terry Malloy (Brando) da una cátedra de actuación. Es él quien tomaría el liderato de los Corleone al ponerse el traje de Don Vito, jefe de la mafia italiana neoyorquina que ostenta el título de Padrino.

De él fue la sugerencia de que el Don luzca como una especie de bulldog, lo cual funcionó de maravilla con ayuda de un aparato bucal para ahondar en el personaje. El poder y facilidad de improvisación impresionaron a todos. Para muestra, está esa secuencia inicial de la boda. Ahí, Brando toma de repente en su regazo a un gato callejero rescatado por Coppola, algo totalmente fuera de guion que incluso provocó que algunas de las líneas tuvieran que ser regrabadas por el sonido tan fuerte del ronroneo del minino.

Pero la familia Corleone no sólo depende de Vito. Ahí esta Sonny (James Cann), el impulsivo y violento muchacho que pareciera ser el elegido para continuar el legado. Esto en contraparte de Tom Hagen (Robert Duvall), el pasivo ‘consiglieri’ de la familia y medio hermano de los sicilianos que no puede acceder al poder debido a su sangre irlandesa. Por otro lado estan Fredo (John Cazale) y Connie (Talia Shire), el tímido y medio torpe hermano y la coqueta pero sufrida hermana. Pero es el más chico, Michael (Al Pacino) quien tiene en este primee filme el arco más llamativo, uno similar al camino de su padre que averiguaríamos después en la segunda parte.

El joven Pacino, aunque diferente a como lo describe Puzo en la novela, da la talla como aquel que no quiere saber ni involucrarse en los asuntos de su padre. Cumplido su servicio como militar, regresa para casarse y hacer su vida. Pero es el hecho fatídico de la violencia siciliana lo que marcará su destino para siempre, haciendo de aquel que no buscaba meterse en nada de la ‘cosa nostra’ en un líder nato, voraz y salvaje que detrás de su mirada oculta la ferocidad de un lobo herido, clamando los derechos del Don y la prolongación del legado de los Corleone, mismo que tampoco se mantendría impoluto en las dos posteriores entregas.

El Padrino es tan icónica en la cultura más allá del séptimo arte que ha conseguido múltiples referencias en comedias románticas (Tienes un Email, 1998), series de televisión animadas (Los Simpson, 1989 -) y dramáticas (Los Soprano, 1999 – 2007) e incluso sátiras absurdas (Mafia!, 1998), además de que es una cinta que ha influenciado a una cantidad importante de cineastas durante estas cinco décadas desde que se exhibió por vez primera. Parte de ello es gracias a ese guion perfecto, una demostración de cómo adaptar un relato literario al lenguaje cinematográfico.

Para ello, Coppola se apoya en un montón de colaboradores importantes. En la música, qué mejor que tomar al oriundo de Milán, Nino Rota, maestro compositor de cabecera de otro gran realizador clave en la corriente del neorrealismo italiano, Federico Fellini. Rota hace una labor tan valiosa que le da el correcto balance entre la alegría de los italoamericanos hasta la tragedia, la sangre y la venganza. Aunque en El Padrino no se llevó el Premio de la Academia, en su vuelta a la que sería una trilogía, se llevaría el aplauso de los miembros de Hollywood. Y es que esos acordes, como los de John Williams o los de su compatriota Ennio Morricone, son característicos después de tanto tiempo para ubicar este relato de una mafia familiar y sus consecuencias.

Otro aspecto destacado es la fotografía, que en esta primer cinta fue hecha por Gordon Willis. El ojo de este talentoso fotógrafo cinematográfico supo captar las sombras y opacidad de los tratos sucios de la familia Corleone, algo que le trajo problemas a Coppola con los productores en Paramount debido a la oscuridad de la cinta y que, para esta restauración en 4K también fue todo un tema pues la intención de la misma era, en palabras de Coppola ‘ver la película como cuando se estrenó’, algo que se respeta en sobremanera gracias al trabajo sobre el print original del filme y al respeto por esa característica visión que ellos dos, al lado de Dean Tavoularis (diseñador de producción) y Anna Hill Johnstone (diseñadora de vestuario), concluyeron como lo ideal para el filme, dejando de lado la búsqueda por la luz y nitidez prístina característica de estas actualizaciones en la calidad visual.

Y es que esa oscuridad que se contrapone con claros momentos de luz es la esencia de El Padrino. No sólo demostraba ese doble mundo de los Corleone sino que la estética también obedecía a cierto contexto en que el brillo de Hollywood estaba en decadencia y las historias como Taxi Driver (1976) o ésta misma mostraban un lado más ‘feo’ del sueño americano, mostrando las consecuencias sociales de los tiempos de censura y guerra, deconstruyendo esa impoluta imagen para mostrar todas las sombras detrás de ese brillo, todo lo opaco y oscuro detrás del clásico estilo de vida hermoso y brillante al que se estaba familiarizado.

Aun con las complicaciones que Coppola tuvo que enfrentar (y que serían nada conforme a lo que viviría al hacer Apocalipsis Ahora, otra obra maestra del cine), El Padrino es una obra del séptimo arte que, aun con el paso del tiempo, ha logrado consagrarse como la madre de todos los filmes de mafia, renovando la fórmula de los mismos y abriendo las puertas a muchas visiones más que llegarían con el paso del tiempo. Así, este relato del joven nacido en un barrio neoyorquino marcaría no sólo su vida sino su historia, llevando a Mario Puzo a instancias que nunca pensaba, como ser guionista de Superman: La Película (1978) de Donner, todo gracias a una oferta que, como las de Corleone, nadie puede rechazar.

Felices cinco décadas a la familia Corleone y al Padrino, una película que regresa de forma especial a salas de cine para conquistar a otras generaciones dejando de lado los grandes problemas detrás de la filmación, enojos y reclamos e incluso un cast que era totalmente diferente. Sin duda, un legado que sigue marcando a todos aquellos que aman el cine.

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