«Los Goonies» y una aventura que no envejece
Cuenta la leyenda que las grandes aventuras habitaban en cómics, libros y películas realizadas por personas que amaban contar historias perdurables, inolvidables, sin necesidad de grandes efectos pero si con mucho corazón, con un encanto e irreverencia que a día de hoy podría escandalizar a generaciones que comienzan a cansarse de propuestas vacías, que buscan quedar bien con un fragmento que no representa al mercado.
En 1985, Steven Spielberg (en uno de sus tantos momentos de apogeo) junto al talentoso Richard Donner (si, el mismo que dirigió la épica Superman, con guión de Mario Puso) y el legendario Chris Columbus (responsable de las dos primeras películas de Harry Potter y de Home Alone), dejaría una cinta que confirma lo antes mencionado, que se avanzó en lo técnico pero que se ha renunciado al contenido, ese rasgo tan infravalorado y subestimado, pese al éxito abrumador que resultó este genial proyecto.
Mikey, un chico de 13 años, y su pandilla de amigos buscan un tesoro del siglo XVII siguiendo el mapa de un pirata. Si no logran encontrar el botín, sus familias perderán sus casas, pero, para su desgracia, una familia de criminales los persigue.
Donner acierta de lleno con cada decisión en la colocación y movimiento de la cámara, ya que el espectador puede disfrutar de lo pintoresco del pueblo a salvar, la playa que enamora, el restaurante veraniego/guarida de matones, así como de los obstáculos a vencer en un pasaje subterráneo lleno de peligros, todos con una fotografía de buena manufactura acompañados por grandes temas, resaltando del éxito de Cindy Lauper The Goonies ‘R’ Good Enough, que encapsula la esencia de aquella década tan creativa.
Una de las grandes virtudes de esta cinta es ese balance y complemento en cada uno de sus aspectos tanto estéticos como narrativos. Esa magia cotidiana de los suburbios pueblerinos (tal y como se vería un año más tarde en la inolvidable Stand By Me) se compagina de buena manera con la búsqueda de un tesoro cual piratas o aventureros de las novelas clásicas, sobre todo por esa cuota de peligro latente que hace que hasta los villanos sean memorables y que los protagonistas se roben el corazón con sus personalidades peculiares.
El humor funciona a la perfección, con chistes y situaciones que encapsulan la convivencia en el grupo de amigos, muy común en la década de 1980. Se pasa de lo infantil, de esa inocencia y picardía hasta de algo más oscuro, más adulto, en el que se ridiculiza el maltrato familiar, se condena los actos delictivos (todos personificados con la triste historia del querido Sloth), se señalan esos comportamientos de típico patán (el chico que pretende a Andy) y se le da un valor inestimable a la amistad, al amor familiar así como la defensa por el lugar que es el hogar.
El diseño de producción, el maquillaje y los vestuarios están cuidadosamente seleccionados. Lo que trae puesto cada personaje ayuda a identificarlos y conectar con ellos de mejor manera, dándole a cada uno su momento de brillo, sobre todo el audaz Data con sus múltiples gadgets. Es justamente con el que se puede ejemplificar quizá el mensaje más fundamental de la cinta: las diferencias, las peculiaridades, si son puestas al servicio del trabajo en equipo, pueden funcionar mejor que si de individuos ideales se tratará.
La química entre los integrantes de la pandilla y los nuevos miembros es un tesoro que se encuentra el público, siendo este su atributo más fuerte. Es en ese vínculo que va más allá de simples amistades que suceden las escenas de mayor magia, donde las mayores aventuras se dan por añadidura, en las que la evolución de los personajes se siente y deja satisfacción por ver que su lucha a válido la pena.
Las actuaciones son destacadas, preludio de la calidad que alcanzarían aquellos actores jóvenes. Josh Brolin encarna a Brand, un fortachon de gran corazón que se convierte en ese hermano mayor que todos quisieran; Sean Astin deslumbra como Mikey, el líder de este grupo de bichos raros que será quién impulse la aventura; Jeff Cohen es el alivio cómico con su interpretación de Cacho, un torpe pero entrañable niño regordete que regala quizá el momento más emotivo de la cinta; Corey Feldman se roba cada escena como Boca, el imprudente, travieso e hilarante traductor del grupo; y por supuesto, Jonathan Key Quan, quién será el salvador en cada percance gracias a sus inagotables gadgets.
También las labores de Kerri Green como Andy (interés amoroso de Brand, que demostrará su valía conforme avanza la aventura), Martha Plimpton en la piel de Stef (la amiga inseparable de Andy), así como de los integrantes de la familia Fratelli, antagonistas crueles pero que fallan por esa ambición, hacen de la experiencia más completa y efectiva, inmune al paso del tiempo.
Con todo lo anterior, resulta el reestreno especial en Cinemex un regalo que vale la pena aprovechar. Toca unirse al grupo de pequeños aventuras y repliquemos aquella frase inolvidable de Mikey: «Goonies Nevera Say Die…»