«Tiburón»: un reestreno que comprueba su vigencia a más de 4 décadas

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Steven Spielberg es uno de los nombres sinónimo de lo que a creatividad se refiere, sin limitarse al cine. Su obra destacada en cada género imaginable se ha convertido en un patrimonio inmune al tiempo que sigue inspirando a futuros colegas, artistas o en el imaginario de la cultura pop que se alimenta cada década desde 1970. Desde la inmortal Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (1977), pasando por E.T. (1982), la franquicia de Indiana Jones (iniciada en 1981), sus joyas dramáticas como El Color Púrpura (1985), El Imperio del Sol (1987) o La Lista de Schindler (1993), relatos que llevan a historias increíbles como Jurassic Park (1993) y Ready Player One (2017) e incluso, varias cintas que demuestran su versatilidad en temas como Rescatando al Soldado Ryan (1997), Caballo de Guerra (2011), así como la aclamada remake de West Side Story (2021) en la que confirmaban que los musicales también son espectaculares bajo su guía.

Sin embargo, en toda historia existe el impulso fundamental para que el camino de éxito y aplauso popular e dé, una obra que se vuelva lo suficientemente icónica para elevar su nombre al pináculo histórico tanto para críticos como para el vox populi. En este caso fue Tiburón ese proyecto, mismo que está cerca de cumplir 5 décadas y que Cinépolis celebra con un reestreno en formato 3D que será una cita obligada para aquellos amantes de la belleza en la gran pantalla.

Cuarenta años después de 'Tiburón', el villano se convierte en víctima

En la costa de Amity, un pequeño pueblo del Este de los Estados Unidos, un enorme tiburón ataca a varias personas. Por temor a los nefastos efectos que este hecho podría tener sobre el negocio turístico, el alcalde se niega a cerrar las playas y a difundir la noticia. Pero un nuevo ataque del tiburón termina con la vida de un bañista. Cuando el terror se apodera de todos, un veterano cazador de tiburones, un oceanógrafo y el jefe de la policía local se unen para intentar capturar al escualo.

En su quinta película, Spielberg demuestra toda la experiencia y talento con amplia maestría. Resalta el hecho de que, gracias a una efectiva atmósfera generada por la siempre magistral partitura del maestro John Williams (un leitmotiv reconocible aunque no se haya visto la cinta) y a una correcta dirección que magnifica las emociones, el tiburón se haga presente y se posiciona como un protagonista omnipresente en apenas 4 minutos de aparición en pantalla debido a que la creatura no se veía del todo realista.

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Y es que los movimientos de cámara utilizados, la tomas, la manera en la que el cineasta ha diseñado para plasmar en pantalla un relato que tiene una premisa sencilla, son de destacar en la efectividad de la tensión que desemboca en sustos provocados por la atención que en ningún momento se pierde, dando en esos momentos donde el jefe de policía Brody junto al oceanógrafo Matt Hooper hacen una análisis de la situación, buscando la mejor solución para este problema que amenaza la existencia del pueblo o, en esas escenas donde la convivencia con el cazatiburones Quint permite conocer a estos tres personajes de una manera más cercana.

La crítica a la inconsciencia del hombre que va muchas de la mano con la ambición es el punto central del relato, el cual está bien desarrollado y se aprovecha para que, con las decisiones que generan desesperación, haya una reflexión con lo que la audiencia vive. Es justamente con este sentimiento de frustración que la tensión crece, permite ese choque entre ignorancia, la experiencia vivencial y la ciencia que aún hoy continúa imperando en el manejo de la crisis causada por alguna amenaza natural.

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El gore presente ayuda a fortalecer la sensación peligro, todo con un maquillaje que para la época resulta de excelente manufactura y que pese al desfase, cumple con ese shock que alimenta el miedo al escualo que se acerca en los momentos justos para impactar a los espectadores.

Es menester resaltar que todos los personajes dan veracidad al terror, a la incertidumbre, al reproche a las figuras de autoridad y también a la desobediencia a las advertencias de las autoridades para evitar que la fuente recursos, en este caso el turismo veraniego que llega en vísperas de 4 de julio, se niegue. Cada secuencia en la que se ven disfrutando de la playa con una despreocupación que va reduciendo con el pasar de las más de dos horas, de los pescadores que van en busca de cazar al depredador marino o de aquella madre que le reprocha al jefe policíaco, dan vida a un pueblo que se explora y dibuja un lugar, aunque pequeño, bien aprovechado.

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Las actuaciones de los principales son convincentes. Roy Scheider como el jefe Martin Brody, es quien representa al público en ese desconocimiento de los tiburones, en el sentido común al cerrar las playas y la valentía por acabar de manera certera con la amenaza, aprendiendo de los expertos; Richard Dreyfuss, que interpreta a Matt Hooper, un oceanógrafo que pasa de la presunción a la cooperación para ayudar a Brody, con quien se va a entendiendo un poco más de estos animales y quien impulsa a la acción al policía; Robert Shaw encarna al cazatiburones Quint que se ofrece a acabar por una buena suma de dinero con el depredador, con una actitud bastante desvergonzada pero que se sustenta con una experiencia empírica de los pescadores con mayor andadura.

Si bien, la duración y la época en la que está ambientada pueda desanimar a las nuevas generaciones, la versión 3D de Tiburón es una gran opción de suspenso que funciona mucho mejor que a inmensa mayoría de películas actuales, siendo una cita obligada para quienes busquen aprender aún más del estilo de un gigante de la imaginación y creatividad como lo es Steven Spielberg.

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