‘EO’: la crueldad del ser humano desde la mirada animal

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¿Qué pasa cuando el protagonista de una cinta es un burrito gris, de semblante triste pero curioso? La respuesta: se consigue un relato profundamente emocional, personal, sin perder poder en la intención de hacer reflexión sobre el maltrato contra los animales, de esas relaciones de poder en las que el ser humano gobierna muchas veces injustamente, lastimando a los otros seres vivos que cree a su merced.

La historia de EO dice mucho con ausencia de diálogos, quizá con múltiples espacios narrativos que de una escena a otra, de locación en locación y de humano en humano, el espectador salta a una postura distinta. El camino que se sigue con las aventuras, desventuras, así como anécdotas que quedarán en la mente del público, se narra desde una destacada fotografía que va desde las increíbles postales a los diversos escenarios polacos (campiña, pueblos e incluso una cancha de fútbol) hasta secuencias de un rojo chillante, en el que se hacen pausas que son preámbulo de alguna escena que va impactar si o si.

La cinta se ambienta en nuestro presente, en el que todo comienza cuando EO es separado de su amada dueña, ambos parte de un circo, debido a una manifestación a favor de los derechos animales. De aquí, el animal pasará de un lugar a otro, encontrando a gente tanto buena como mala, también con otros animales, siempre navegando entre lo que vive el burro como en lo que sueño, lo que anhela, lo que lo hace feliz como lo que le hace daño.

Esta premisa que permite múltiples ejercicios audiovisuales que rozan lo experimental, es el decimooctavo largometraje de Jerzy Skolimowski, director de amplia trayectoria que sorprende con su primera nominación al Premio Oscar a sus 84 años y que se ha inspirado en el personaje de Eeyore (nombre original de Ígor) de Winnie The Pooh, cuyo pesimismo se nota en varios lapsos de esta cinta pero que irónicamente, EO tiene un semblante apasible, con ternura que inyecta de positividad a la audiencia.

En cada parada que hace el principal, la crítica hacia las personas puede ser o no sútil, con múltiples aristas en las que no hay grises salvables. Se tienen crueles cuidadores, activistas de buenas intenciones pero que se desentienden del futuro de aquellos animales que han sacado de los circos, de amorosos dueños que suavizan los dolorosos episodios de esta travesía, traficantes de animales, trabajadores de granjas de zorros e incluso un bar en el que las pasiones por el deporte muchas veces ciegan a los aficionados que cometen atrocidades contra seres diferentes a ellos. Los seres humanos son menos civilizados que aquellas «bestias» que muchas veces muestran más amabilidad de la esperada.

Este tono onírico se ve bien acompañado por las composiciones de Pawe? Mykietyn. Su sintetizador le da un aura moderno, opresivo y bastante estimulante a los casi 90 minutos de duración. Remite en gran manera a la canción Meat Is Murder de The Smiths, compartiendo el mismo mensaje que conmueve cuando más fuerte suenan los temas musicales.

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Habrá que decir que Sandra Drzymalska, Mateusz Ko?ciukiewicz e Isabelle Huppert hacen actuaciones adecuadas para ejemplificar lo antes mencionado. Se reconoce que el cineasta ha encontrado en hasta 6 burros un protagonista que expresa con total autenticidad, mucho más que varios actores humanos. EO rebuzna, llora, ofrece una cara paciente, nostálgica y de alegría que llegará con fuerza a quien vea la cinta.

De ritmo que mayormente es pausado pero no por ello menos impactante, EO es una experiencia que llama a la conciencia en el trato hacía los animales. Una de esas propuestas que le dan riqueza a la oferta cinematográfica pero que sobre todo dotan de una visión que muchas veces se necesita en un mundo que puede conmoverse y aspirar a cambiar de trato.

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