Mala Suerte Buena Suerte (Reseña)
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La cara de la denominada ‘América profunda’ es algo que ha abarcado diversos relatos en el cine independiente, sobresaliendo el espíritu del gran sueño estadounidense fallido a la par de mostrar la vida de los inadaptados, olvidados o simplemente aquellos personajes que ven frustradas sus intenciones de alcanzar las grandes promesas de una sociedad capitalista que los ignora sin más. En medio de esta galería de personajes llega la opera prima del realizador Michael Morris, Mala Suerte Buena Suerte, por la que Andrea Riseborough obtuvo una polémica nominación al óscar este año.
Leslie (Riseborough) es una madre soltera del oeste de Texas que tuvo su momento de gloria al ganarse la lotería seis años atrás. Sin embargo, entre la fiesta y la irresponsabilidad, el dinero se fue volando y ahora enfrenta un problema de alcoholismo con el que evade las culpas de su pasado. En su desolado camino se encontrará con figuras a las cuales hizo daño, tratando de encontrar un trayecto que la ayude a recuperar el rumbo de su vida.
Morris viene del mundo de la televisión, algo que es muy notorio en su estilo de dirección en este filme. Usando planos muy cerrados, el director no teme en mostrar la miseria y dolor de este personaje perdido hasta el borde de la exasperación. Los encuentros que Leslie tiene con la gente durante la primera mitad del filme son desagradables, ocasionando que la protagonista se convierta en alguien odiosa en todo sentido.
A pesar de ello, el director logra momentos interesantes a través de simples decisiones que brindan momentos de lucimiento para Riseborough, destacando una toma en la que la alcohólica y mal querida protagonista se sienta sola en un bar a la hora del cierre mientras una canción suena de fondo cuya letra parece ser una burla sarcástica al momento que vive, mostrando una introspección en la mirada de la actriz que produce nos cuestionemos junto a ella la cantidad de malas decisiones, recriminaciones y culpas que adolecen en su mente. Eso pequeños momentos demuestran la capacidad de Morris que tendrá que ir puliendo poco a poco.
El arco dramático del guion, escrito por Ryan Binaco, es basado muy libremente en la historia verdadera de su madre. Sin embargo, en la creación de la ficción, el también productor le da muchas vueltas a ese relato de redención donde la luz parece no alumbrarle a Leslie. Desde el reencuentro con su hijo adolescente James (Owen Teague) hasta el regreso a su pueblo natal donde confronta su pasado en la cara de viejos conocidos, la experiencia se vuelve un poco tediosa e irritable dadas las mismas acciones o decisiones de la protagonista.
Es hasta la siguiente mitad del filme donde la evolución de Leslie comienza a desplegarse gracias al buen corazón de Sweeney (Marc Maron), que ve en ella una oportunidad de sanar heridas y resarcir los errores de su pasado, algo que no será fácil para ella. A pesar de los problemas de ritmo que la película tiene debido al estilo de dirección de Morris, plantea algunos pasajes interesantes acerca de la radioactividad de las adicciones, el impacto que tienen en los que las padecen así como la dura crítica al negado ‘sueño americano’ a través de la perdición, los excesos y los prejuicios tanto de Leslie como de quienes la rodean.
La cinta tiene un corazón latente en Andrea Riseborough, que crea una protagonista que puede lucir radiante y devastada a la vez. A través de las tomas encerradas que invaden cada lastimero momento que enfrenta hasta los panoramas más amplios en donde vemos cómo su perspectiva cambia al estar sobria para ver el cruel mundo real a su alrededor, la actriz dota de esa personalidad amarga a Leslie, logrando ser tan exasperante como el alcohólico sin remedio de Nicolas Cage en Adiós a las Vegas (Figgis, 1995).
Sin embargo, es gracias a las interacciones con sus compañeros del reparto donde consigue mostrar su mejor cara. Desde ese horrible enfrentamiento con su hijo (Teague) hasta los descarnados gritos de desprecio de Allison Janney como la carismática entrega de Marc Maron, con quien hace una destacada mancuerna. Estos factores ayudan a que la despreciable Leslie se convierta poco a poco en alguien más vulnerable y empática a pesar del tortuoso y exasperante camino por el que el espectador tiene que pasar a través de ella, llegando a una resolución en el que la esperanza luce titilante para una perdedora cuya buena suerte se torna en su mala fortuna.
Ante el enfoque pesimista del relato en el que Leslie atraviesa el infierno de los fracasados, Mala suerte Buena Suerte es un relato en el que es difícil e navegar debido a la constante oscuridad del panorama en el que vive, más allá de su situación como persona sin hogar o alcohólica. Morris de repente deja ver entre líneas los vacíos oscuros de un Estados Unidos en los que nadie quiere estar pero no hay otra opción a donde ir, lugares donde la hipocresía y la envidia son pan de cada día.
Aunque se torna en un relato bastante convencional bien actuado, Mala suerte Buena Suerte adolece de cierta chispa para captar de mejor forma el tour de force que Leslie vive, cayendo en la predictibilidad contradictoria de un mundo cruel que deconstruye la existencia de una mujer psicológicamente inestable. Si bien el voraz universo en el que ella existe está lleno de mucha degradación, es un estudio de personaje interesante que se queda corto ante otras obras con personajes igual de detestables en esa ‘América profunda’ como Mikey de Red Rocket (Baker, 2021).