Napoleón (Reseña)
En la historia universal hay nombres que por si solos condensan una rica variedad de momentos fundamentales que han generado efectos que aún hoy se siguen descubriendo. Napoleón Bonaparte es sin duda uno de esos que además están escritos en letras mayúsculas, un personaje que al solo evocarlo absolutamente todos asocian alguna característica inconfundible.
Su vida, carrera y legado han sido objeto de multitud de estudios, inspirando a cineastas y artistas a crear obras cuando menos épicas. De ellas se pueden mencionar la biografía cinematográfica a modo de fresco por parte de Abel Gance en 1927 o hasta el proyecto trunco que fue el sueño jamás realizado para Stanley Kubrick, una de las mejores películas nunca llevadas a cabo.
Y a esta lista se debe unir Napoleón de Ridley Scott, una cinta que promete estar en las grandes premiaciones, tops del 2023 e incluso con el tiempo un clásico bélico que en breve lanzará una versión de más de 4 horas en Apple TV. Eso sí, la polémica no ha faltado como era de esperar de uno de los grandes hitos de la historia.
Los orígenes del líder militar francés y su rápido y despiadado ascenso a emperador. La historia se ve a través de la lente de la relación adictiva y volátil de Napoleón Bonaparte con su esposa y único amor verdadero, Josefina.
Ridley Scott es un director que ofrece una combinación cuando menos curiosa: películas que entregan épicas historias pero que se toman licencias históricas latentes cuando de proyectos de época se refiere. The Last Duel, Los Duelistas, El Reino de los Cielos y aún más Gladiador son prueba de ello, teniendo en Napoleón otro eslabón en esta cadena de filmes que hicieron rabiar a los más puristas historiadores pero que encantaron con el tiempo por su gran efectividad para enganchar.
Su visión del Gran Corso se ha plasmado con gran oficio y efectividad. Es indudable que Scott es uno de esos cineastas experimentados que puede montar grandes escenas de batalla, de construir personajes que son memorables, dibujando en esta ocasión un retrato lejano a los emolumentos obvios, más enfocado en señalar la guerra como un show terrible sin dejar de lado una cara más humana, más terrenal de Bonaparte.
El ritmo es ágil, las más de dos horas son fluidas, con equilibrio entre acción, drama y hasta humor que calza con el tono de la película. No obstante, es acertado indicar que especialmente lo último puede desafinar si quien ve la película espera una experiencia meramente biográfica, aunque Ridley Scott no se comprometió con eso se ve obligado a cierto recato con el peso histórico que requiere Napoleón.
También se debe reconocer que la magnitud de una carrera relativamente breve pero rica en sucesos sobrepasa para la duración que posee esta versión a proyectarse. La notable realización en las batallas presentes deja al espectador con ganas de mucho más, cada secuencia es una delicia que combina la efectividad de los efectos prácticos, maquillaje impecable, vestuario cercano a la fidelidad histórica y también una correcta lectura de los personajes.
Scott se arriesga al salirse de lo obvio como ver a un Napoleón frío, calculador, auténtico estratega que no requiere de gritar heroicamente cuando se deben disparar los cañones sino que con sus más sencillos gestos impone, sus miradas serenas y las pocas palabras con las que inspira, haciendo de sus rivales aliados. Ver a esta versión del gran emperador francés explicar sus propósitos, estrategias, motivos dan como resultados momentos que harán que se investigue sobre esta figura francesa.
Este defecto de tener poco tiempo para abarcar tanto se combate con cierto éxito con un guión condensado, pragmatico y que apuesta sobre todo por mostrar en lo visual diversas referencias a pinturas de la época. En breves momentos se dejan claras múltiples cuestiones como la importancia de los matrimonios arreglados entre nobles, la relación de Josefina con la madre de Napoleón (figura que fue crucial para que el Corso llegará hasta donde llegó), sus ambiciones y hasta una cruda mirada a la Francia de la revolución.
La fotografía es una exquisitez que se aprovecha en plenitud en IMAX. De aquí se pueden destacar una reconstrucción a los cuadros de la coronación, de la Batalla de Austerlitz (montaje demoledor que muestra el mejor momento militar de Napoleón), de la propia Batalla de Waterloo (sobresaliente, de lo mejor de Scott como realizador) y hasta esa recreación en la que Bonaparte con el zar Alejandro I discuten sus propósitos, preámbulo al primer desastre que fue la invasión a Rusa.
Respecto a las libertades tomadas, lo cierto es que son espectaculares en lo técnico. La escena de las pirámides es francamente electrizante pero aquí se ha fallado al no aprovechar, por ejemplo, dos oportunidades: la de ilustrar la mítica anécdota de cuando el aún general francés paso una noche en la Gran Pirámide y plasmar la bravura de los Mamelucos, inspirando al Corso palabras de respeto para estos valientes ejércitos.
La música es de alta calidad. Si bien no está al nivel de brillantez de Gladiador, le da un plus a las diferentes escenas. Aquí se complementa con un elevado diseño sonoro; disfrutar al mismo tiempo de los tambores militares, de los disparos de cañones junto a cuerdas o del barullo del fin del Reino del Terror con la caída de Robespierre (otra gran escena que demuestra la fidelidad cronológica que si existe) con piezas de piano que remiten a la estética de las clases altas francesa, son agregados que se agradecen.
En cuanto a las actuaciones son candidatas en la próxima temporada de premios. Joaquin Phoenix hace suyo el papel de Napoleón con una interpretación contenida pero poderosa, demostrando el liderazgo que se sustentaba con triunfos y talento de general; Vanessa Kirby como Josefina es magnética, elegante, prueba de que a la nominada al Oscar sabe cómo darle estatura a figuras de la historia.
Aunque no es perfecta, Napoleón de Ridley Scott es destacada, entregando una experiencia cinematográfica de altura. Aunque se siente un tanto limitada, que tiene concesiones para favorecer la dinámica audiovisual y que raya por momentos en la exagerado, no hay duda que lo positivo es mayor en cantidad, más que suficiente para ir al cine.