«Sansón y Yo»: de migración e injusticia sistemática
¿Cuánto puede afectar un solo momento? ¿Cómo cambia la vida cuando se toma una decisión? La historia de Sansón responde a estas cuestiones desde la brutalidad que va de la mano con la realidad que viven aquellos que migran a Estados Unidos desde el México más vulnerable, escapando de los contextos más peligrosos para llegar a un entorno que no los recibe y en el que deben luchar.
A Sansón le toco el premio gordo en la lotería de la vida del indocumentado: la cadena perpetua. En el proceso judicial que le tocó enfrentar, se hizo amigo del cineasta Rodrigo Reyes (499) quien trabajaba en aquel momento como interprete y que, como él, también llego como migrante, trabajando de lo que podía, huyendo de la violencia, pasados similares, destinos cruzados pero con presente diametralmente opuesto. El vínculo formado entre Sansón y Reyes fue tan poderoso que Rodrigo ha compuesto Sansón y Yo, un documental que ha hecho ruido por su carga emotiva, su propuesta distinta a la acostumbrada pero sobre todo por una reflexión base: el de tomar conciencia de que el futuro está pavimentado por las más cotidianas determinaciones.
Sin posibilidad para entrevistarlo desde la cárcel, Rodrigo Reyes usa su ingenio y compromiso para llevar esta historia a la pantalla grande. A partir de la correspondencia que hay entre Sansón y él, confecciona un retrato de su pasado, su familia, aquel momento que lo cambio todo y también de su actual estado tanto emocional como de realidad. Para ello, el director viaja al pueblo natal del prisionero, entrevista a sus familiares que también toman los papeles principales en este filme (destacando los parecidos con cada uno de sus personajes de la vida real) para también mostrar un entorno que no ha cambiado demasiado.
La responsabilidad para no vulnerar la ética que debería ser siempre la que dicte como realizar proyectos y también la que indica que el cine, pero sobre todo el de corte documental, debe llevar a la reflexión, están presentes desde que Reyes aclara que lo que está produciendo no tiene como fin justificar lo acontecido, sino que mostrar una historia que lleve a cambiar la mentalidad, la crianza y darle la importancia necesaria a las consecuencias que llegan con las decisiones tomadas. También hay una importante señalización en lo crucial que es vivir una infancia lo más sana posible, la infancia como etapa que no tiene el lugar que le corresponde como escenario vital fundamental.
Para llevar a cabo la dramatización de lo que Sansón le cuenta, el realizador hace uso de sus habilidades para colocar la cámara consiguiendo bellas imágenes, secuencias que logren emotividad por el intercalado de lo que se ha reconstruido del pasado con lo que sucede actualmente. Se van intercalando inteligentemente lo dramatizado con las entrevistas, consiguiendo que el público conecte con la familia de Sansón, comprenda su trasfondo y se preocupe por la familia que ha dejado a miles de kilómetros. Todo esto desahoga constantemente un cúmulo de emociones pero es cierto que por momentos el naturalismo de la nula profesionalidad de sus actores recaiga en diálogos que se sienten leídos; no obstante, esto que puede ser negativo le da un plus y recuerda que todo esto es parte del ejercicio documental.
Durante los más de 100 minutos que dura esta pieza cinematográfica, las reflexiones también abordan las circunstancias que deben vivir aquellos habitantes latinoamericanos en suelo estadounidense, de la paternidad ausente, de la valía de estas historias y de como los prejuicios raciales pueden desviar al sistema judicial a las omisiones que solo el acto de escuchar podrían contrarrestar.
Emotivo, poderoso y con una gran importancia en un mundo cada vez más polarizado, Sansón y Yo supone una de esas opciones que deben verse en pantalla grande, llevando a valorar la libertad, a prestar oído a quienes son diferentes a nosotros y empatizar con aquellos que se han ido lejos de su tierra, cual salto al vacío con riesgo no solo a la muerte sino a perder la dignidad.