Nueva Ola Francesa (Reseña)
Godard, de crítico a director… ¿y sí se puede?
La nueva película de Richard Linklater es como subirse a una máquina del tiempo en blanco y negro para ver cómo Jean-Luc Godard pasó de ser un crítico de cine con opiniones afiladas y gafas oscuras pegadas a la cara a convertirse en director y soltar al mundo À Bout de Souffle, el clásico que reventó las reglas del cine.
Linklater arma un homenaje súper cinéfilo: créditos en francés, detallitos nerd como las marcas falsas de cambio de rollo y una foto que hace que el blanco y negro se vea más cool que la vida real.

De hecho, la estética es uno de los golpes fuertes de la película. Está filmada como si realmente la hubieran sacado de los años 60, y eso te mete de lleno en la época. Los pequeños errores “intencionales” ,como esos puntitos negros que desaparecen en un segund, le dan un vibe retro tan auténtico que hasta huele a carrete viejo. Todo esto crea una mezcla de realismo y nostalgia que es casi imposible ignorar.
Y la música… la banda sonora es básicamente la encargada de recordarte a cada minuto que estás en pleno París de mitad de siglo. Cada tema suena elegante, seductor y totalmente acorde, como si el aire de la sala se llenara de acentos franceses aunque tú sigas sentado en tu cine de siempre. No es solo música de fondo, realmente empuja las emociones de cada escena.

Los personajes también brillan, especialmente el Godard que arma Guillaume Marbeck. A ratos parece un genio excéntrico al borde de la locura creativa, y en otros momentos se siente como un visionario que ya sabe que está a punto de cambiar el cine para siempre. Esa dualidad lo vuelve súper interesante de ver y hace que uno entienda por qué todos en la historia lo siguen aunque les saque canas verdes.
La narrativa arranca algo tranquila, pero nunca floja. Solo tarda un poquito en encontrar su ritmo. Cuando por fin entramos al rodaje dentro de la historia, la película agarra vuelo y ya no suelta: todo empieza a fluir, las dinámicas se vuelven más sabrosas y el caos creativo de Godard se vuelve el motor de todo.
Y en medio de ese caos tenemos al Godard que improvisa todo, retrasa el rodaje por “inspiración divina” y deja que los actores digan lo que quieran porque total, el doblaje se hará después. Truffaut, Coutard, Seberg, Belmondo y el resto del combo aparecen como si fueran cartas coleccionables para fans de la Nouvelle Vague, cada uno con su propio momento de brillar.
Incluso cuando muestra las discusiones por dinero, las envidias y los choques de ego, Linklater mantiene todo con un acabado tan suave que parece irónico tratándose de Godard.