‘Aftersun’: los claroscuros de la nostalgia
Existen cintas que tocan el corazón de maneras diversas, generando división en la valoración de sus elementos técnicos, su historia o hasta la música que se utiliza. Dependiendo la conexión que el espectador ha generado es que se ganan un lugar como vehículo cinematográfico destacado o, si consiguen un consenso mayúsculo, como experiencia emocional de gran poder que rápidamente se convierte en clásico.
Recuerdos, imágenes de épocas que cada vez son más lejanas, nostalgia en estado puro, son los componentes de proyectos personales para sus directores, teniendo como ejemplos Belfast de Kenneth Branagh, Roma de Alfonso Cuarón, Armageddom Time de James Gray o Mid90s de Jonah Hill.
A esta lista se puede sumar con fuerza Aftersun, un filme que ahonda en el proceso que, al crecer, transparenta la memoria, la fotografía mental que se tenía de los padres y de como este examen de reflexión puede desnudar un trasfondo que hace que las sonrisas atesoradas adquieran un sabor agridulcemente doloroso.
Años después de las últimas vacaciones que pasó con su padre, Sophie rememora la figura de su progenitor, un hombre amoroso e idealista. En el presente, Sophie trata de hacer encajar aquel recuerdo con la imagen de un hombre que ha cambiado.
Charlotte Wells debuta de manera deslumbrante con este drama semi autobiográfico, mismo que ofrece una propuesta inteligente, sólida, creativa en cuanto a la manera de contar esta anécdota a la que saca mucha partida, bellamente filmada y con una destacada creación de atmósfera que es agridulce por sus contrapesos tanto temporales como en el tono de los diálogos y escenas que van desde momentos agradables de convivencia padre-hija hasta un presente un tanto oscuro que se complementa con una mirada que deja ver la tristeza detrás de las sonrisas del progenitor.
Es a través de las interacciones y de los distintos formatos utilizados, especialmente llamativo el uso de la videocámara que transporta a la segunda década de 1990, que se hace relación con los personajes principales, ya que cada pequeña acción deja ver un pedazo de las historias de ambos. En ocasiones cómplices, en otras confidentes, a veces como amigos y en algunas más como voces que dan bofetadas de sinceridad, la relación de Calum y Sophie se expone con maestría gracias a que Wells acierta al mostrar mayormente, dejando tiempo para contar, dándole un efecto poderoso.
Es indudable que en esta ópera prima la directora no busca sermonear ni mucho menos meter agendas que desdibujen la recreación de la década de 1990. Es un viaje en cuanto a tecnología, vestuario, pero sobre todo música, donde resaltan las canciones Tender de Blur y Losing My Religion de REM. En las escenas donde aparecen estos dos icónicos temas cambiarán el panorama con el que se escuchan, con especial mención el segundo track, seleccionado por la hija para que ella y su padre la canten en un karaoke pero que, en esa ocasión que pudo ser de unión, refleje una fragmentación que deje o abra heridas para quienes vivan o han vivido lo mismo que la protagonista.
La fotografía es espectacular, aprovecha de buena manera el verano, la playa y hasta el centro vacacional que está en decadencia, dando lugar a distintas experiencias que dan pie a las inquietudes de la directora, a un pedazo de su historia, a esa volatilidad que muchas veces hace que el adulto sea más inmaduro que sus hijos y que la hija parezca mucho más madura de lo que podría pensarse.
Las actuaciones son uno de los puntos más altos de este filme. Paul Mescal encarna a un padre joven, sus sonrisas son cálidas, las interacciones con su co protagonista se sienten orgánicas, como si de una relación auténtica se tratará, pero que también se quiebra, demuestra con mucha soltura una depresión producto de frustración, inexperiencia y presión para la que no estaba preparado.
Por su parte, Frankie Corio sorprende con su naturalidad, su carisma y su excelente química con Mescal, siendo una de las revelaciones del año pasado. Su Sophie se siente como una auténtica niña de esa época, interactuando con su entorno convincentemente, expresando sus dudas, sus miedos y también sus agobios que se magnifican con su padre.
Como dato adicional, el parecido físico de Corio y Paul con Charlotte y su padre es sorprendente, mismo que se puede ver en una foto que ha compartido de aquellas vacaciones en Turquía, dando aún más impacto a una narración que parecería sustentada de momentos banales.
Si bien, para algunas personas el ritmo pausado y el camino pavimentado de situaciones que pudieran no ser relevantes podrían hacer pesados los 96 minutos que dura la cinta, Aftersun es una de las sorpresas del 2022. Un relato de sencillez, un coming of age que funciona perfectamente para una generación que da nuevas lecturas a lo ya establecido como lo son las relaciones familiares que se recordaban dulces pero que, al analizarlas hay muchos agujeros que por nostalgia se han oscurecido.