FICM 2020: ‘Ricochet’, cuando el presente aprisiona al pasado

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El “Ricochet” es resultado de disparar un arma de fuego de cualquier calibre a una superficie plana, causando un rebote que, aunque desacelera el propio impulso de la bala, puede ser mucho más peligroso que el disparo inicial porque el objeto pierde su rumbo y puede dañar a animales, objetos e incluso causar la muerte de la misma persona que la disparó.

Martin es un extranjero que vive en un pueblo de México desde hace ya casi 20 años. Tiene familia e hijos, pero desde que le diagnosticaron una enfermedad terminal y su hijo fue asesinado ha perdido la voluntad de vivir y disfrutar el presente. Ya va a ser un año de la muerte de su hijo y se entera que el asesino de su hijo será liberado y él buscará venganza pacíficamente.

La muerte de un hijo es probablemente la pérdida humana más dolorosa que nunca se podrá superar por ningún padre de familia. Mucho más cuando esa muerte es ocasionada por alguien más de forma consciente o no. La persona que se va, probablemente vaya a otro plano donde el suceso que lo colocó ahí sea tan solo una memoria borrosa y breve, pero para los que se quedan es una herida que nunca sanará del todo, pero también se vuelve una cárcel emocional que lo atrapa en el pasado y no lo deja vivir el presente.

Rodrigo Fiallega retoma un cine con una narrativa parsimoniosa con posiciones de cámara bastante habituales que, probablemente no aporten demasiado a la cinematografía nacional, pero que tampoco sean tan novedosas, sin embargo logra construir un relato acerca de un hombre que se vuelve una bomba de tiempo humana, pero no solo eso, se convierte de manera silenciosa en un monstruo gracias a que no puede superar la muerte de su hijo. Esto también pasa desapercibido para todo aquel que lo rodea y vive con él.

Como se comenta en el primer párrafo, el Ricochet es un rebote balístico que es resultado de disparar una pistola directamente a una superficie que lo haga cambiar su curso y proyectarse hacia otro objeto, causando un daño que probablemente no se contemplaba. Así es esta historia, donde el nombre se vuelve tan solo una metáfora sobre cómo la venganza y el rencor se arrincona en lo más profundo de un ser, crece, se alimenta de la soledad, pero también del odio hasta que, llegado el momento un evento lo haga salir disparado y rebote con las circunstancias ocasionando una desgracia de proporciones más grandes que la de un solo disparo de una bala.

El relato de Rodrigo Fiallega es silencioso, discreto pero también brutal en su resolución. Hace de la venganza un enemigo sigiloso, inteligente, pero también parsimonioso. Estas características vuelven el final de su personaje y de la historia algo poderoso que deja al espectador con una reflexión acerca del perdón, de la necesidad del olvido sobre el pasado y algo muy importante, de las consecuencias de nuestros actos.

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