Noche de Fuego, de inocencias perdidas y pueblos violentados

2

El nombre de la cineasta Tatiana Huezo, realizadora salvadoreña-mexicana egresada del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), se ha consolidado de manera internacional gracias a su labor como documentalista, especialmente con aquella gran obra llamada Tempestad (2016), en la que veíamos los relatos de dos mujeres víctimas de la corrupción e injusticia en México y la resiliencia que les permitió seguir adelante.

Ahora, Huezo incursiona por primera vez en el largometraje de ficción con el filme Noche de Fuego, basada en la obra literaria escrita por la autora estadounidense-mexicana Jennifer Clement que relata las estrategias empleadas por un grupo de tres niñas al borde de la adolescencia para sobrevivir en un pueblo asolado por la guerra. Esta idea es retomada por la directora y llevada al contexto actual de México, en una parte donde no es la guerra sino el narco el que amenaza a los pobladores de la sierra.

La historia del filme nos ubica en una sierra donde crece el maíz y la amapola por igual, centrándose en Ana y sus dos mejores amigas, niñas que crecen juntas, compartiendo la experiencia de crecer, madurar y ver bajo su particular mirada cómo el mundo que las rodea se va transformando ya sea por el progreso o la violencia misma en su pueblo, donde las niñas tienen que llevar el pelo corto como si fueran varones y tener escondites bajo tierra sin saber que la desaparición de una jovencita será el inicio de muchos cambios que sacudirán su infancia.

Bajo esa mirada de documentalista característica de la realizadora, Huezo encuentra en Noche de Fuego un relato honesto, brutal y conmovedor de una dura realidad que se vive en el país desde hace muchos años pero sin caer en el sensacionalismo o la explotación gráfica de una violencia palpable que ha ocasionado el desplazo de muchas comunidades de sus tierras buscando protección de la criminalidad que se cierne alrededor de ellos.

Lo hermoso y doloroso de este relato es que la directora nos lo hace ver no desde la mirada adulta, sino desde la visión infantil, de la inocencia de estas tres amigas que parecen no comprender del todo lo que las rodea. Las vemos crecer, cuidarse entre ellas, andar entre las casas abandonadas de los vecinos del lugar, sin realmente estar conscientes del peligro, de la amenaza que se cierne poco a poco y que, tarde o temprano, detonará en su comunidad y su relación.

Hay tomas realmente encantadoras donde vemos la visión de la realizadora al mostrarnos la belleza de la naturaleza que rodea no sólo a las tres protagonistas, sino al pueblo entero. Desde el inmenso verde de la sierra que poco a poco se ve corrompido hasta la luna como testigo, un ojo que se muestra desde el firmamento viendo lo que pasa. Esto, aunado con el juego de la cámara como elemento narrativo que comienza de forma muy abierta y se va cerrando conforme el metraje avanza hasta volverse algo íntimo, muy personal.

Huezo se apoya en la labor de la fotógrafa Dariela Ludlow para mostrarnos esa dualidad de la belleza natural y la fealdad de la violencia, creando una atmósfera que va aunentando en su tensión, enseñando poco a poco cómo el micro universo de estas pequeñas se transforma e incluso las lleva a ser partícipes de la criminalidad con tal de tener un poco de protección en una tierra que pareciera no tener ley y, si la hubiera, se inclina a la conveniencia de otros intereses.

Como en su anterior proyecto, Huezo también se enfoca en el dolor de las madres e hijas que sufren de violencia, abuso e injusticia en el país. Destaca aquí la labor de las niñas, Ana Cristina Ordóñez Gonzalez (Ana), Camila Gaal (Paula) y Blanca Itzel Pérez (María), pues ellas son nuestra guía dentro de este mundo en el que parecen huir de toda esa cruda realidad mediante las acciones más sencillas e inocentes como bañarse en el río o jugar a leerse la mente.

También se visualiza el problema de la educación en las zonas rurales, un tema en el cual debido a las amenazas y la violencia que la presencia del narco en ciertos poblados representa, no se le da un seguimiento más allá de las intenciones de algunos docentes que quisieran dar este derecho a los niños que habitan el lugar. Es toda esa sensación de vulnerabilidad que causa un impacto final en el último acto de esta cinta de ficción que se siente tan real que duele hasta el alma.

Si bien en su narrativa de ficción hay momentos en que el ritmo puede caer un poco, basta ver el acto final para saber que Huezo es una directora a seguir debido a esa sensibilidad de hablar de los problemas necesarios en una sociedad en la que la realizadora sigue moviendo las entrañas de la audiencia, enfocándonos en esta problemática desde una mirada inocente como la de la infancia y juventud mexicana a veces olvidada, aquella que parece perderse en un mar de violencia del cual no pueden huir.

Así, Noche de Fuego se convierte en un ejercicio bello pero doloroso que nos recuerda el dolor de la violencia de género en el país, de la pérdida de la inocencia y tambien un grito de atención a aquellos pueblos desplazados por una problemática sin fin que parece no ser atendida, mostrándonos esa cruda realidad mediante un conmovedor pero duro relato de ficción que deja una sensación de desesperanza que debe ser atendida urgentemente, demostrando además que en Tatiana Huezo reside una voz importante dentro de la cinematografía actual del país que se atreve a tocar estos temas.

FICHA TÉCNICA

Título: Noche de Fuego
Director: Tatiana Huezo
Año: 2021
Actores: Mayra Batalla, Ana Cristina Ordóñez Gonzalez, Camila Gaal, Blanca Itzel Pérez, Norma Pablo, Olivia Lagunas, Guillermo Villegas

Calificación: 9/10

2 pensamientos sobre “Noche de Fuego, de inocencias perdidas y pueblos violentados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Translate »