Los Cabos 10 en Unplugged News: Strawberry Mansion y una surreal crítica del capitalismo

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Los mundos futuristas y las visiones de la humanidad en los tiempos próximos suelen ofrecer mensajes apocalípticos acerca de la falta de humanidad de nuestra especie, de la dependencia hacia la tecnología que nos lleve para bien o para mal o incluso a distopías en donde la alternativa de nuestra vida cotidiana se enfrenta a la respuesta de un qué pasaría si.

Pero ¿que pasaría si el enemigo fuera el excesivo capitalismo que incluso invade nuestros sueños para cumplir con ciertas cuotas y mantenernos en una especie de coherción represiva en la que no podemos ser libres ni soñar más allá del consumismo? Ese planteamiento futurista es planteado de una forma surreal y bastante peculiar por los realizadores Albert Birney y Kentucker Audley en la cinta Strawberry Mansion.

La historia nos presenta a James Preble (el mismo Audley), un denominado auditor de sueños que, en este futuro surreal pero no lejano a una dura realidad, se dedica a recabar cuotas de lo que uno encuentra en esta privacidad de la mente que parece ser ahora dominada por las grandes corporaciones. Este monótono y aburrido trabajador verá su mundo y la percepción del mismo sacudido cuando se encuentre con Arabella Isadora (Penny Fuller), una anciana que es sujeta a la inspección de sus ensoñaciones de los últimos años.

Es así que James se sumerge a los sueños, grabados en VHS y no en digital, de esta mujer para ir descubriendo cosas muy turbias acerca de la realidad que lo rodea en medio de un relato que involucrará un idilio romántico con un comentario bastante mordaz acerca del corporativismo excesivo y cómo el mismo nos va quitando una de las primordiales actividades humanas: el libre albedrío.

La narrativa surrealista de Birney y Adley no tiene límites. Desde la estética que maneja colores vívidos y pasteles hasta esta sensación de ilusión lograda a través de una iluminación bastante particular, hacen que el espectador se sumerja en un mundo donde hay ranas meseras saxofonistas, monstruos azules enormes y una pequeña casa en medio de un campo que sirven como perfecto set para el desarrollo de esta alocada crítica social.

Una de las mayores virtudes de esta cinta es el poco presupuesto que tuvieron para hacerla, no siendo excusa ésto para poder crear una atmósfera de ciencia ficción bastante curiosa que recuerda un poco a los suburbios de David Lynch en Terciopelo Azul o los sueños y representaciones alocadas de Gregg Araki en Smiley Face. Esto, aunado a una musicalización por parte de Dan Deacon que explota el recurso del sintetizador de buena forma, nos regalan un deleite audiovisual bastante especial para la cinta.

Tal vez el único problema de Strawberry Mansion radica en que la crítica social se diluye entre la historia romántica de nuestro protagonista cona versión joven de Elle y la forma en que buscan escapar del yugo capitalista en el que viven. Aquí, hay un balance interesante entre Preble y las dos versiones de la mujer a quien va a investigar, Bella. Entre ellos crece una relación de incomprensión que poco a poco se convierte en romance, algo que funciona debido a las diferentes personalidades de los personajes.

Esto deriva en que la crítica y el asunto existencialista del relato se diluya para dar peso al romance surreal que apega a la libertad de expresión e ideas, una que libera a los protagonistas de ese control al que están sometidos, convirtiendo a esta mansión en una especie de santuario alejado de las empresas y el capitalismo, un lugar ideal en donde las cintas de VHS y la vida alejada del monstruo citadino son un acto rebelde en un futuro donde todo tiene un precio, hasta los sueños mismos.

Después de su paso por el Festival de Cine de Sundance de este año, Strawberry Manaion llega al Festival Internacional de Cine de Los Cabos como una opción independiente que nos mete en un mundo de ensueño, una especie de viaje lúdico/onírico que explota todos los recursos que sus realizadores tienen para meter al espectador en un sueño lleno de simbolismos, convirtiéndose en un escape surrealista de una realidad agobiante en la que, de repente, resulta bueno huir del gran lobo corporativista en busca de un poco de libre albedrío y ¿porqué no?, de un poco de amor en el camino.

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