Majestad: una secuela entre el chisme, los clichés y poca política

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Katharine McGee continua la historia de la realeza americana en su libro Majestad, donde partimos unos días después de ese trágico final en American Royals, donde la princesa Beatrice se ve obligada a reconsiderar sus decisiones, ya que ahora se convirtió en reina de una nación a una corta edad, por lo que tendrá que enfrentar los problemas que eso conlleva para mantener la paz en el reino.

En el libro anterior, la autora había presentado una historia entretenida pero carente de desarrollo donde los personajes eran muy planos, cayendo frecuentemente en múltiples clichés. Esto último se sigue replicando, pero al menos se puede encontrar profundidad en los actores que conforman la trama y, por fin, podemos ver otro lado de Beatrice, que aunque no es oficialmente la protagonista, pues los capítulos son enfocados en distintos personajes, es su historia la que resulta más interesante aunque caiga en el cliché más viejo de la historia. A pesar de ello, el relato aporta el dinamismo necesario para hacerla un personaje más real.

Igualmente, logra resarcir otros errores cometidos, específicamente con el personaje de Samantha, quien se nos había presentado como una princesa rebelde, egoísta y un poco cabeza hueca que se enamora del primer chico que se le atraviesa y al no poderlo tener empieza una “guerra” con su hermana, que al final solamente le perjudicaba a ella. Aunque en Majestad comienza de forma similar, es ella quien más evolución tiene

Y es que si bien su relato tiene algunos tropiezos, los capítulos donde ella es la narradora son cada vez más digeribles. El único error aquí es que parte de su evolución se debió a que la autora usó la misma fórmula que con Beatrice, es decir, ambas están en una relación de “broma”, que al final resulta no ser tan de chocolate o de chiste.

Los clichés no son malos, pero la autora abusa de ellos al saltar de uno a otro y no quedarse con ninguno. Irónicamente, cuando se enfoca exclusivamente en un personaje, termina por arruinarlo. Algo que también es evidente es que sobran tramas que no ayudan a que el lector se involucre con algunos de ellos.

Por ejemplo, Nina cada vez es más insoportable, no aporta nada y su pelea con Daphne es irrelevante. Esta última, igualmente no encaja, porque no es villana, pero tampoco es buena, lo que en algunas obras funciona, pero aquí esa ambigüedad se siente como si sufriera de una personalidad múltiple cuyos cambios son bruscos. Ni qué decir de Jefferson, quien nunca tuvo un protagónico, pero igualmente estaba en todas las tramas estorbando; el mejor desarrollo que podría alcanzar es que la autora le otorgue algunos capítulos o lo mate, porque realmente no pinta nada en esta obra.

Katharine Mcgee

Majestad entretiene porque es como leer un gran chisme de la realeza o ver una novela turca, pero no es un libro que permanezca mucho en la mente de los lectores. La trama da para mucho más de lo que se nos ofrece, centrándose en dramas adolescentes que se han visto una y mil veces, dejando de lado la política, que en esta obra juvenil más que en ninguna otra debió ser una parte crucial, ya que se estaba viviendo una transición de gobierno.

Y es que no se puede hablar de realeza sin hablar de política, algo que Katharine McGee no ha entendido; es posible hacer un buen libro que mezcle sin temor ambos temas. El claro ejemplo está en Kiera Cass y su trilogía de La Selección. La idea de la saga American Royals sigue siendo buena, porque es ese ¿que pasaría si? que muchas veces se nos ha pasado por la cabeza a muchos, pero precisamente por eso sus errores duelen más, por ese potencial mal logrado donde la autora abarca más de lo que puede, extendiendo una obra inestable que pasó de ser de dos tomos a una trilogía carente de sentido.

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