Noche de Reyes: de música, cabaret, risas y amor
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Hay veces que la comedia isabelina llevada a tiempos modernos puede ser usada como un motivo de reflexión acerca de la naturaleza de la comedia misma. El género deriva, como su contraparte, la tragedia, en un diálogo que se expone desde un conflicto humano. En el caso de Noche de Reyes, del maestro William Shakespeare, ese dilema surge a partir del irremediable principio que nos domina y confunde a todos: el amor.
Para esta nueva temporada, que se puede disfrutar en el Teatro Milán desde el 18 de noviembre todos los viernes, sábados y domingos y que durará cuatro semanas en cartelera, Noche de Reyes cuenta con un cast de nueve actores que aprovechan el recurso clásico del teatro shakesperiano que es el disfraz, mismo que ayuda a que la comedia de enredos presentada sea aún más complicada en su desarrollo y provoque una confusión hilarante en el público.
Mezclando el texto del famoso dramaturgo con una mezcla peculiar entre el cabaret, el drag e incluso el musical, el director Alonso Iñiguez nos cuenta el relato de una mujer que naufraga y decide hacerse pasar por hombre para pasar desapercibida en el reino al que ha llegado sin saber que eso la pondrá en medio de un triángulo amoroso entre aristócratas que no conocen su verdadera identidad como mujer, jugando con las barreras del género y las identidades para enfocarse en la pura esencia del amor y el deseo.
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La capacidad del montaje para borrar esos límites de género es algo de lo que le hace más divertida a la obra. Eso es de aplaudirse pues Íñiguez se mantiene apartado de la usual solemnidad con que se suele abordar a los textos de Shakespeare para darle un sentido moderno en su lenguaje así como dotarla de tintes de irreverencia y desvergüenza al puro estilo mexicano, donde en un solo escenario se desarrolla todo.
Es aquí donde se aprecian ciertos aires de cabaret y la importancia del montaje explota en los disfraces, jugando de manera libre con la identidad. Desde esa curiosa segunda llamada, los histriones rompen la cuarta pared para dirigirse al público a ritmo de una música, compuesta por Pablo Chemor, con un aire decadente, oscuro pero a la vez gracioso en el que los nueve juegan con la barrera de la ficción sobre las tablas del escenario y la realidad como actores.
El escenario que nunca cambia se vuelve también un personaje, pues más que aquellas sensaciones de gloria y poder, se siente como el entrar a una pequeña taberna bohemia donde el vestuario conserva esa mezcla entre las épocas isabelinas y un desgarbado look punk, oscuro y desenfadado que define perfectamente cada una de las personalidades de los nueve protagonistas. Esto es gracias a la labor de Mauricio Ascencio, que deja entrever el toque de modernidad mezclado con un estilo kitsch donde todo se siente como una fiesta de arrabal a la que somos invitados.
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Y aquí es donde se resalta la labor del elenco, que funciona perfectamente en este ensamble. Julián Segura toma ahora el lugar de Orsino, dándole un aire gótico, medio sadomasoquista sin dejar de ser un tanto narcisista. El gran Carlos Aragón sigue como Malvolio, el incómodo y snob mayordomo de Olivia, dándole la suficiente insufrible presencia que cae en cierta desgracia. También regresa Adriana Montes de Oca con su interpretación de varios personajes, pero es el bufón Fiestas al que le saca más provecho siempre dándole un toque irreverente muy natural que provoca las risas de todos.
Aunque la aparición de Jacobo Lieberman en un doble rol y, tanto José Ponce como Pablo Chemor cumplen como la dupla ebria de Sir Tobías y Sir Andrés, son Diana Bovio y María Penella las que se roban el montaje. Bovio es la condesa Olivia, un personaje que pareciera estar hecho a la medida de la actriz y que disfruta plenamente hacerlo pues es una mujer con un ego por los cielos que busca siempre la aprobación ajena y que cada momento en que canta, gime o se queja provoca una reacción, como una especie de vampiresa que oculta su deseo y su amor.
También está Penella, que de nuevo repite como la hermana Viola. Y es que aunque ella no se lleva los momentos de carcajada en date alocado pero eficiente montaje, es quien lleva el peso de toda la obra al ser el centro de la comedia de enredos que se desarrolla. La ventaja de su rol es todo el rango de emociones que puede transmitir a través de su triángulo amoroso, de su pérdida y de la alegría final lo que hace que la audiencia conecte con ella alrededor de esta puesta en escena que, si bien no es fastuosa o excesiva, si ofrece grandes momentos de interacción y risas.
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Así, esta nueva temporada de Noche de Reyes de nuevo demuestra porqué es uno de los mejores montajes que ha vivido Shakespeare en tiempos modernos, creando no sólo una gran química entre sus actores sino que se permite abrirse al juego en el escenario, ser locuaces entre ellos y todo de la mano de un director que sigue siendo capaz de captar la esencia de un clásico sin traicionarlo y, sobre todo, adaptarlo de una manera fresca sin tanta solemnidad para una audiencia ávida de pasar un momento de diversión que le permite reírse del amor y de las etiquetas.
«¡Ay tiempo! Te toca a tí desenredar el nudo pues, para mí, resulta demasiado confuso»
William Shakespeare, Noche de Reyes