‘Armageddon Time’ o como el fin del mundo está en la vida cotidiana
A veces, las presiones de la vida cotidiana o el cierre interno por las caídas anímicas evitan que las personas reflexionen sobre lo que muchas veces sucede en el mundo exterior: estar al borde de un colapso que lleve al fin del mundo.
Y es que si la honestidad se hace presente, cada día, a cada minuto, el fin del mundo danza tanto sutil como explícitamente en la pista de la existencia. ¿Cuántas veces, ya sea en las noticias o en el barullo del vox populi, el planeta Tierra y la civilización están a un par de pasos de extinguirse? Tan solo basta que las diferentes generaciones pregunten quienes anunciaban esto: en la década de 1980, la Guerra Fría avisaba que el final estaba cerca; durante la primera mitad del siglo XX, las dos grandes guerras parecían el conflicto definitivo que acabaría con todo; el asteroide que por fortuna se estrelló con Júpiter parecía el colofón de este planeta; o para algunos, hasta el COVID 19 era la señal del cierre de lo que se conoce.
Sin embargo, cada individuo, cada ser vivo, enfrenta una hecatombe en algo más íntimo que acaba con su propio mundo: la vida familiar, personal y hasta la de relaciones interpersonales que bordan lo que es el ciclo vital. Y justo este punto es en el que James Gray, director de cintas como Ad Astra o Z: La Ciudad Perdida, construye un drama bastante personal sobre la familia, sus duelos y los choques que muchas veces se dan con lo que la sociedad ha dictado.
Paul Graff lleva una infancia tranquila en los suburbios neoyorquinos. Junto a Johnny, un compañero de clase excluido por su color de piel, se dedican a hacer travesuras. Paul cree contar con la protección de su madre, presidenta de la asociación de madres y padres de alumnos, y de su abuelo, con el que mantiene una muy buena relación.
Pero, tras un incidente, es enviado a una escuela privada, cuyo consejo de administración cuenta con el padre de Donald Trump como uno de sus miembros. El elitismo y el racismo sin complejos con el que se encuentra cambiarán drásticamente su mundo.
Con una marcada inspiración en el clásico «Los 400 Golpes» de François Truffaut, ambas con un protagonista infantil que no encaja con lo que establecen las instituciones en las que habita y en las que aparece su rebelión a través de actos cuestionables, Gray construye un relato que se cocina a fuego lento, con golpes de timón poco pronosticables y que, como la propia vida, va avanzando a través de algunos momentos de luz con algunos otros que son crudos así como dolorosos.
La discusión entre seguir los sueños (en este caso ser artista) o vivir bien pero sin pasión (la presión de los padres porque ambos hijos estudien algo que les dé para estar sin preocupaciones) también es un punto central para la narración, llevado de una manera que se debe indicar como poderosa y bien plasmada para la época que puede aplicar sin dudas a muchas de las familias de la actualidad.
Fotografía pulcra, recreación meticulosa de la entonces naciente década de 1980 que trae canciones de artistas como The Clash (de quienes se toma el título de la cinta en clara alusión al tema ‘Armagideon Time’), así como de una dirección que aprovecha estos recursos, la película es disfrutable de ver en pantalla grande, tal como pasó con ‘Belfast’ de Kenneth Branagh.
Sin embargo, la manera en la que está narrada la historia de Paul Graff, la misma construcción del protagonista que no posee muchos elementos para que el público conecte con él, señalamientos que parecen ahondar en anécdotas que funciona de manera desigual y un ritmo que quizá es demasiado pausado por algunos lapsos, hace que las dos horas se alarguen un tanto.
A diferencia de la cinta de Branagh, pese a que ambas aborden una línea de crítica a la vez que reconstrucción histórica que se diseña en la base vivencial de sus directores, la propuesta de Gray no termina por funcionar a ese nivel debido a que se enfoca mayormente a hacer críticas, a responsabilizar a los padres de manera tajante y de buscar con ahínco una conexión que no se da con Paul pero que si logra con su amigo, quién se puede percibir más humano, aunque este tenga un gran abuelo que es lo mejor del filme.
Las frases presentes, no tienen el impacto que deberían tener. Ya sea por ver toda la situación a través de los ojos del niño principal o porque se corta en algunos de los puntos emocionales más fuertes, estos disparadores emotivos quedan como intentos válidos del guión por darle mayor balance al tono que es predominante pesimista y hasta denso.
Hay que reconocer que las actuaciones son comprometidas y de gran nivel, destacando la de Jeremy Strong como el padre de familia que personifica la generación que tuvo que luchar contra multitud de situaciones para poder ofrecer cierto bienestar que no comprenden sus hijos; Anne Hathaway realiza una interpretación que transmite las dificultades que vienen con el anhelo a más cosas, a un futuro más brillante para la siguiente generación y que evoca a una madre menos ideal, que tiene momentos de explosión pero también de cariño; y por supuesto, brillando como siempre está Anthony Hopkins, quien encarna al abuelo que será refugio para el pequeño Graff y quien se roba la pantalla cada vez que sale.
Dependiendo de los gustos del espectador, «Armageddon Time» es una experiencia cinematográfica que lanza dardos a patrones sociales que lamentablemente se repiten, con una parte visual y actoral de gran nivel pero que no termina por explotar el potencial dramático por apostar por la señalización, a la vez que se siente como una colección de anécdotas que parecieran transmitir un optimismo bastante gris.
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