Saltburn: erotismo y humor negro en la opulencia

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La población de magnates, de gente de alto abolengo es minúscula cuando se le compara con las personas de a pie. Este hecho, estadística pura y dura, ha dejado como satisfactorio cinematográfico, de morboso aliciente, ver el interior de la vida de opulencia que puede ser un sueño lejano, una fantasía de la que se espera tener material para que los juicios morales caigan cual lluvia.

Esto lo sabe perfectamente la realizadora Emerald Fennell, quien se ha ganado el derecho de hacer lo que guste gracias a su película Hermosa Venganza que causó debates, atención necesaria para alzarse con la estatuilla Mejor Guión Original. En aquella incursión, Fennell hablaba desde la mirada de la mujer sobre el acoso, los riesgos que ciertamente existen y una satisfacción de justicia producto de la rabia que lo que contaba aquel relato.

Con Saltburn ocurre algo similar para la realizadora pero desde su otra condición: la de venir de una familia de alta posición económica. Emerald es hija del diseñador de joyas Theo Fennell y la autora Louise Fennell, egresada de la carrera de lengua ingles en la prestigiosa Universidad de Oxford. Este contexto es fundamental para entender como en su tercera dirección ha construido todo este feudo en el que se desarrolla su historia, además de saber confeccionar un guión que genera magnetismo para el público, para ese vox populi que no pertenece y quizá nunca pertenezca a esa elite.

Emerald Fennell and Barry Keoghan Explain the Sex Scenes in 'Saltburn' - The RingerLa historia se centra en Oliver Quick (Barry Keoghan), un estudiante de la Universidad de Oxford que se obsesiona con Felix Catton (Jacob Elordi), popular alumno de dicha institución que proviene de la aristocracia británica. Se hacen amigos y pronto Quick será invitado a pasar el verano en la majestuosa pero excéntrica Saltburn, finca en la que los Catton habitan. Una experiencia que cambiará para siempre las vidas de Felix y Oliver.

Como se puede observar, la cineasta habita bien este tipo de ambientes, dando rienda suelta a una cantidad generosa de críticas no solo a esos excesos producto de la abundancia económica sino que también a aquellas personas que se logran colar por todo tipo de medios a estos lugares. Se señala con humor negro los extremos a los que se llega para pertenecer a un grupo, acceder a través de relaciones o hasta de una motivación de cierta «misericordia» por  parte de los magnates para «ayudar» a quienes no tienen sus mismas posibilidades.

El público sigue todo a través de la mirada de Oliver, decisión que se plasma también en la dirección de cámaras y hasta de estética. Desde los títulos iniciales con esas letras que recuerdan mucho la tipografía de cuentos de hadas, la cinta pronto hace gala del tono que combina humor negro, exceso, erotismo a caudales, frenetismo, drama, romance oscuro pero sobre todo con un par de giros que aportan todavía más a un aura de misterio que mantienen toda la atención en sus más de dos horas de duración.

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La fotografía es imponente, resaltando la manera de exprimir los recovecos de esta extensa propiedad que constantemente se transforma. Luces neón, atardeceres paradisiacos cual pintura veraniega de belleza plástica, cenas cotidianas que son recordatorio de que se es invitado, hasta tonos rojizos y azules que dan mayor impacto al estado emocional de Oliver. Linus Sandgren ha logrado un apartado técnico visual delicioso, con movimientos de cámara que aprovechan todo tipo de recursos para poder disfrutar de los excesos y en cierta medida de psicodelia fotográfica que da matices.

Hay que agregar que la propiedad que es un auténtico palacio que posee una importancia narrativa brutal. Saltburn debe su título justamente a que esta locación no solo es el escenario de pomposa presencia que engalana la vista sino que es un personaje que interactúa, se transforma y hasta juega un papel emotivo con cada situación.

La edición junto a lo anterior recuerdan sobre todo al Talentoso Mr Ripley y Babylon, solo que aquí la ubicación temporal es más cercana (2006), por lo que se puede incluir referentes tanto de utilería como de selección de tracks que generaciones más jóvenes podrán reconocer.

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Por cierto, destacan dos canciones con sus respectivas escenas: Loneliness de Tomcraft en una fiesta que remite mucho a las que sucedieron en la serie Euphoria y Murder On The Dancefloor de Sophie Ellis Bextor en un clímax que seguramente será una de esas secuencias memorables para el futuro cercano.

La música de Anthony Willis que remite a esa constante de cuerdas presentes en las altas esferas, es un agregado que contribuye a esa vibra de realeza, con una rigidez en la superficie pero cierto libertinaje que sin duda define a la familia Catton.

Los vestuarios se complementan con los aspectos técnicos. Se pasa de un contraste de lo accesible con lo lujoso a un desfile de multitud de outfits que sin duda dan mayor peso al calificativo de fantasía veraniega. El momento más destacado de este rubro es cuando una de las tantas fiestas se lleva a cabo, es aquí que atuendos de múltiples colores, diseños junto a accesorios como alas de ángel, máscaras de animales e incluso astas de reno llevan a una representación exultante de Sueño de una noche de verano al contexto contemporáneo.

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Sumado esto a una dirección de calidad, las actuaciones son fundamentales y brillan a plenitud. Rosamund Pike, Richard E. Grant, Carey Mulligan Paul Rhys hacen suyos cada uno de sus papeles y le sacan provecho al tiempo en pantalla que tienen, dándole a sus personajes una solidez existencial que aporta de manera importante a la trama.

Archie Madekwe como el presuntuoso Farleigh Alison Oliver como Venetia Catton (hermana de Felix) son secundarios con mayor presencia que dan todo para transmitir la multitud de emociones presentes. Ellos dan soporte a los dos estelares de la cinta; Jacob Elordi como Felix quien retoma varios aspectos de su papel en Euphoria y utiliza su atractivo para generar un contraste interesante que demuestra una vez más que una cara bonita puede esconder una complejidad más que llamativa; Barry Keoghan vuelve a demostrar su gran nivel actoral con una dualidad bien trabajada entre inocencia y siniestra presencia, agregando una seducción inesperada que lo hace motor del filme.

Si bien la resolución puede parecer apresurada y ciertos elementos puedan parecer demasiado fantasiosos, Saltburn es una propuesta arriesgada, rompedora que no dejará indiferente a nadie, que si se le da la oportunidad podrá sorprender y dejar prendado a más de uno.

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