Hamlet: venganza, tragedia y una visión diferente de Shakespeare

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Ser o no ser, siempre ha sido ese el dilema, uno que William Shakespeare explotó en su dramaturgia con la obra Hamlet y que, con el tiempo, ha entregado diversas adaptaciones en cine y teatro que son prueba del ingenio, la concepción y la capacidad de creación alrededor de un texto clásico que por años permanece intacto en su esencia pero está en constante cambio conforme al paso del tiempo, llevándonos desde las calles de Inglaterra hasta la teatralidad exagerada o el brillante minimalismo.

Angélica Rogel esta vez toma las riendas de este destacado título de la dramaturgia para llevarlo a las bambalinas del Teatro Milán de una manera diferente, tomando a Irene Azuela como su protagonista, una Hamlet que sigue perdiendo la cabeza a partir del dolor por la pérdida de su padre, de los fantasmas del legado sobre ella y la historia de venganza que surge detrás, desatando la inevitable tragedia en medio del duelo, las intrigas políticas y los lazos familiares.

Si bien no es la primera vez que una mujer interpreta al príncipe danés envuelto en la pena, Rogel hace que en su adaptación de alguna forma se cuestionen los enfoques tanto patriarcales como misóginos que la obra de más de 400 años tiene en su génesis, dándole así una visión diferente a Hamlet, uno que además deja a veces de lado la solemnidad victoriana de su lenguaje para usar cosas más a modo con los tiempos recientes en los que algunas líneas resuenan como lo hicieran hace cuatro siglos de manera sorprendente.

Otro punto interesante de esta adaptación de la talentosa Rogel es la opción del minimalismo en su montaje, destacando así la presencia actoral y sus posibilidades al estar en este escenario. Gracias a un ensamble adecuado en donde vemos a Emma Dib como Gertrudis, Naian González Norvind y Assira Abbate como Ofelia o Mauricio García Lozano como Claudio, que ofrecen una importante contrapartida a Hamlet. Asimismo están los talentosos Alfonso Borbolla y Tamara Vallarta como Rosencrantz y Guildenstern, respectivamente, todos ellos aprovechando los recursos que la puesta en escena les ofrece.

También, Rogel destaca en su visión el uso de todos los elementos en escena. Las sillas, los espejos, las lámparas, las mismas voces, todo hace juego de manera perfecta para que la audiencia que conoce esta historia se involucre de lleno con lo que sucede. También, es de llamar la atención la presencia de una pared que poco a poco se quebranta, como la sanidad mental de Hamlet y culmina con una caída de telón profética, como la muerte misma, que es otro de los temas de esta gran obra clásica, todo de una manera muy orgánica.

Otro gran detalle es la creación de la teatralidad alrededor de todo ello, misma que se puede dar el lujo de romper las paredes tentativas entre los actores y la audiencia. Hay un punto revelador en el que Azuela, al lado de sus compañeros, enuncia la importancia del cuerpo en el desempeño de aquellos que hacen posible el teatro como una experiencia física, no sólo buscando las salidas fáciles sino creando esta sensación colectiva del teatro a través de su labor.

Afortunadamente, la dirección de Rogel logra ese balance dándole a cada uno de sus protagonistas la adecuada tesitura y representación. Azuela es la que más luce y a quien vemos pasar por muchas facetas, junto al personaje de Ofelia, que va de la alegría a la desolación y que, tanto Naian como Assira le inyectan una personalidad compleja donde tienen que expresar sentimientos a través de la corporalidad. Por otra parte, son tres personajes masculinos los que representan diferentes puntos de vista importantes: Horacio es el fiel amigo enamorado, Polonio es el padre preocupado y Claudio es el frío, el descarado que busca hacer lo que sea por la familia y sus intereses.

El diseño de vestuario para cada uno de los personajes también destaca en su propuesta visual, ayudando a que el montaje de 2 horas 15 minutos sin intermedio, fluya de buena manera y alcance una velocidad tremenda hacia la fatídica resolución que todos conocemos. Mas allá de que hay cosas en la adaptación, esos pequeños detalles que contrastan con la lógica del universo moderno en que se desarrolla esta versión, no cabe duda que este Hamlet entrega las mismas cuestiones profundas de Shakespeare traídas a nuestro presente, atreviéndose a experimentar de manera efectiva.

La obra, que puede disfrutarse en el Teatro Milán, termina su temporada la próxima semana después de 23 únicas representaciones, casi todas con localidades agotadas. Sin duda es uno de los montajes más interesantes del año, uno que con su gran calidad nos recuerda que es buen momento para volver al teatro.

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