«Vivir»: Bill Nighy y una espléndida nueva versión del clásico de Kurosawa

No hay temor más grande para los cinéfilos más apasionados que el del anuncio de una remake de aquellos clásicos que décadas después siguen marcando generaciones y que hicieron escuela para los nuevos creativos. Y es que con las nuevas políticas que vienen de corrientes ideológicas que buscan incluir, los resultados son mayormente desastrosos, faltando al respeto a los autores de las obras que están «actualizando», tendencia que afortunadamente ha ido menguando.

Sin embargo, a veces aparecen excepciones a esta regla que sorprenden por su ejecución, logrando el principal cometido: generar el interés por aquellas producciones, complementando con otras visiones que solo magnifican el legado de lo que están adaptando. Así pasa con Vivir, la versión británica del Ikiru, una de las grandes obras maestras del genio Akira Kurosawa que aquí ha encontrado un homenaje que vale la pena disfrutar en pantalla grande, que figura en las nominaciones al Oscar, y que trae bellamente a la discusión lo que significa realmente la vida.

Londres, en la década de los 1950. Williams es un veterano funcionario enterrado bajo el papeleo de la oficina mientras la ciudad se reconstruye después de la II Guerra Mundial. Al recibir un demoledor diagnóstico médico, vacía su cuenta de ahorros y se dirige a la costa. Se promete hacer de sus últimos días un tiempo significativo, pero se percata de que no sabe cómo hacerlo. Después de que un misterioso desconocido lo lleve a la ciudad, Williams se siente intrigado por una joven compañera de trabajo que parece poseer la vitalidad que él había perdido. Con la ayuda de su optimista colega, Williams pone todo su empeño en hacer feliz, de un modo sorprendente, a su entorno.

Oliver Hermanus, director que ha ido en ascenso gracias a cintas como Shirley Adams o Moffie, se ha arriesgado a lo grande trayendo a la palestra una nueva visión de una de las obras más importantes del cine japonés. Acertadamente, Hermanus dirige el foco a las actuaciones, al elegante diseño de producción, una fotografía sobria pero estéticamente cálida (irónicamente, en medio de la gris reconstrucción de Londres) y a una correcta dirección de cámaras que aprovechan esa atmósfera íntima que expande los alcances emotivos.

Esto se logra gracias a una destacada labor de adaptación de guión por parte de Kazuo Ishiguro, Premio Nobel de Literatura 2017. Ishiguro inteligentemente aprovecha las similitudes contextuales para mantener la esencia de la película de Kurosawa. Tanto el Tokyo de Ikiru como la Londres de Vivir se encuentran en una reconstrucción producto de la guerra que solo alimenta esa sensación de monotonía, escenarios en los que los trasfondos tanto de Watanabe como de Williams funcionan de igual manera y en que las sociedades parecen cortadas por la misma tijera en cuanto al espectro burocrático, ordenado pero intransigente, con una pequeña rendija para la empatía.

Se han dejado de lado múltiples momentos memorables de la cinta del maestro Akira para encontrar en nuevas situaciones el mismo poder sentimental y reflexivo. Hermanus con el Nobel nipon caminan por otro rumbo en la construcción de este homenaje-remake. Si bien no aparecen mafiosos, ni la icónica voz en off del principio de la cinta de 1952, en esta ocasión toman sus lugares vivencias de convivencia diaria, de vistas a lo que rodea en una dinámica social que está en prisa, que se encarga de sobrevivir y no de vivir, cercano al emular varias secuencias pero sin copiar, algo que es de reconocer a palma batiente.

En cuanto a la música y a la edición, ambos aspectos están bien ejecutados para acompañar cada espectro emocional presente en la cinta. Cuerdas que elevan los momentos más duros, tristes, que hacen lo propio con las escenas de mayor solaz, de una caridad que siempre hace falta. Montaje que cuida que los detalles no se pierdan, que dejan la tensión suficiente para mantener el interés en el público, con giros que solo ayudan a generar empatía con la situación del protagonista.

Todo esto no llegaría al alto nivel en el que está sin un apartado actoral de enorme compromiso y calidad; Alex Sharp como el señor Wakeling, se posiciona como el móvil inicial con el que se da bienvenida a escena al principal, aportando una mirada bastante cercana a lo que el espectador puede experimentar desde el primer minuto; Adrian Rawlins en la piel de Middleton, es un contrapeso más serio que demuestra que hasta el más frio de los burocratas puede quebrarse; Aimee Lou Wood destaca en el papel de Margaret Harris, en el cual muestra su capacidad interpretativa, quebrándose de manera convincente y también ofreciendo una sonrisa encantadora, dando una mirada positiva sólida gracias a su carisma.

Quien merece reconocimiento especial es Bill Nighy, quien ofrece una actuación espectacular como el Sr. Williams. Ternura, calidez y una actitud sobria, logran conquistar el corazón de la audiencia, conectando con él de tal forma que su sola presencia conmueva, motive al cambio de actitud pero sobre todo, que la reflexión sobre como se está viviendo la vida, quizá incentivando algún cambio importante en la mentalidad. Además, su lenguaje gestual hace que en cada escena en la que se abre se le pueda conocer a fondo, se empatice con él y que genere una auténtica química con el resto de personajes, sobre todo con el de Lou Wood.

Vivir es una de las grandes sorpresas de 2022, una muestra inequívoca de que la manera correcta de hacer remakes es apostando todo por el respeto, que si se hacen cambios deben ir acorde a la esencia del material de origen y que las actuaciones deben estar a la altura de la situación, apostando por el compromiso de grandes actores como Bill Nighy, nombre que ha encontrado en el Sr. Williams un personaje memorable que se quedará por siempre en la mente del público.