La devastación narrada de la forma más bella: «El Tugurio» de Émile Zola
«Después del segundo vaso, Gervaise dejó de sentir el hambre que la atormentaba».
Las primeras veces son tantas que indicar que una de ellas mueve todo en el interior parece trillado o cliché. Pero cuando se comienza la exploración a la literatura de Émile Zola con «El Tugurio» (también traducida como «La Taberna») esto cobra especial sentido e incluso, se queda corto con la amplia gama de cambios que desde las primeras páginas empiezan a suceder, haciendo de una pelea entre lavanderas o de una comida para celebrar la abundancia momentos memorables.
Hablar de Zola, una ausencia lamentable para la lista de Premios Nobel de Literatura, es ahondar en una pluma brutalmente talentosa, frontal y que despliega su maestría con cada descripción. En su bagaje, en ese lenguaje de riqueza, de marcada vivencia por venir de un autor que ha sido testigo del entorno que describe, el lector puede situarse de manera efectiva en el decadente París, ese que muchos intentan ocultar, una cara que desmitifica el romanticismo de la «Ciudad Luz» y que incluso causó un huracán social tanto en el sector más pudiente como en el de la clase de más congoja económica, ambos estratos tan enfrentando que el ataque a esta novela los unió.
La historia de Gervaise, bella joven campirana cargada de ilusiones que llega a una ciudad tan apremiante como lo es la capital francesa y que además debe enfrentarse a los peligros que suponen el vicio, la degradación o la lucha por la dignidad, es narrada magistralmente y aprovechada con todavía más habilidad que en sus más de 500 páginas logra ilustrar a profundidad una realidad que tan solo ha cambiado en la superficie.
Zola no teme exponer al lector a una vorágine de escenas crueles, desagradables e impactantes, sin olvidarse de algunos momentos de pausa luminosa. Es que, así como la vida, en todo el camino que para la mayoría es incertidumbre y golpes a los que hay que reponerse, las pequeñas alegrías en cosas tan «banales» componen un cuadro en el que muchos podrán verse retratados. No hace falta más que ceder a un momento de debilidad para derrumbar lo que con tanto ahínco costó establecer, en este caso, un trago es suficiente para caer en la decadencia más angustiante.
Cada personaje presente aporta al panorama que expone Émile Zola, ya sea que a través de la protagonista se plasme la lucha entre la bondad-ingenuidad con la degradación o también que presente como las acciones de las personas están determinadas por una cantidad importante de circunstancias que van desde el propio presente hasta el historial familiar.
El tono es devastador, las descripciones son extensas (satisfactorias eso si), el ritmo es ágil, los momentos de dramatismo más potente se complementan con respiros del humor más efectivo para el tenor de la obra. Este no es viaje apto para quienes no puedan situar en su contexto, ya que el descarnado retrato de machismo, clasismo, maltrato familiar y abuso tanto físico como psicológico están más que asentados.
Es una incursión que requiere de su debido tiempo, de la atención a cada detalle para comprender lo que sucede. Todo va aportando a esa conexión entre obra con lector, porque cuando se entra en cuenta ya se está asentado con el resto de vecinos, ya se camina junto a la lavandera protagonista por los barrios más decadentes, se teme entrar al tugurio, se pone en alerta con ciertos personajes que son sinónimo de condena e incluso la frustración por no poder intervenir a favor de quienes más abajo están.
Cuando un relato claramente específico llega a ser universal, se está en presencia de un referente, de un clásico que marcará inmediatamente a toda generación. Es así como ha pasado con la séptima entrega de Los Rougon-Macquart, una que puede presumir de ganarse al público e incentivar a conocer por completo de este gran proyecto compuesto por 20 libros.
Sin duda, «El Tugurio» es una de esas aventuras literarias que despiertan conciencias, que no dejan indiferente a nadie, que a base de golpes de crueldad pero también con cobijo de cierta alegría permiten a quien disfrute de su lectura hacer cambios, evadir peligros y apreciar lo que muchas veces se da por sentado.