Yo Vi Tres Luces Negras (Reseña)

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En un paisaje selvático del Pacífico colombiano, José de los Santos, curandero que desde pequeño aprendió las artes de los rituales mortuorios de sus ancestros, tiene un compomiso con aquellos atormentados del purgatorio, quienes lo protegen y atormentan. Sin embargo, el sufrimiento se hará más fuerte cuando el espíritu su hijo Pium Pium se manifiesta para indicarle que debe viajar al lugar de su muerte. El viaje hacía su destino ha comenzado.

Con estos elementos que remiten al realismo mágico, Santiago Lozano Álvarez construye Yo Vi Tres Luces Negras, una película llena de símbolos y denuncias enmarcadas en la belleza húmeda de la selva colombiana. Ese choque entre tradiciones y la inseguridad que azota aquellos parajes da como resultado una serie de reflexiones filosóficas sobre la vida, la muerte, la realidad muchas veces tajante y también de la importancia de la herencia cultura a la vez que mística en las identidades latinoamericanas.

En los más de 80 minutos que dura este filme, Lozano hace una serie de señalamientos sociales que si bien están ubicados en Colombia, la terrible circunstancia de los desplazamientos forzados, las desapariciones y las ausencias que destrozan las familias, termina por retratar la realidad latinoamericana de una manera sólida.

El paisaje no solo es hermoso (resultado de una labor de fotografía excelente) sino que asume su papel como personaje fundamental para el devenir del relato. El agua y la tierra que son símbolos de la vida poseen también un espectro de pérdida, elementos en los que los cuerpos pueden aparecer cual castigo de la naturaleza a las acciones más nefastas del ser humano. El fuego que tiene esa dualidad de vida-destrucción, se situa también como un símbolo de esperanza, una herramienta para despedir a aquellos que se han ido por mótivos producto de la decadencia que llega con la ambición y crimen.

La música de Nidia Góngora asemeja un canto ritual, en el que cada vez que suena su voz como si fuera un lamento le da otra dimensión sensorial a lo que se ve en pantalla. Esto se acompaña con imágenes oníricas que encapsulan el dolor, la pena y ese ciclo que parece no tener fin relativo a la inseguridad.

No obstante, la lentitud de su ritmo y actuaciones que se entregan a un naturalismo que rompe con la ficción, podráin entorpecer la experiencia, dejando momentos demasiado pausados, alargando la sensación durante el visionado.

Si bien ese último punto pueda desanimar a algunas personas, Yo Vi Tres Luces Negras es una propuesta diferente, muy personal y que podrá resonar sobre todo en aquellos interesados en la poesía audiovisual como medio para que el olvido de nuestra realidad jamás llegue.

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