Drácula, un vampiro enamorado hecho a la francesa
El próximo 14 de agosto llegará a las pantallas mexicanas Drácula, la más reciente obra del director de culto Luc Besson, un cineasta con un sello inconfundible que ha sabido transformar historias extraordinarias en experiencias cinematográficas cargadas de intensidad visual, violencia estilizada y vínculos emocionales profundos.
Su cine combina imágenes de una belleza minuciosa con un ritmo narrativo ágil, capaz de atrapar desde la primera escena. Peliculas como El quinto elemento, Lucy o El Perfecto asesino son parte de su repertorio.

Tras su colaboración previa con Caleb Landry Jones en Dogman (2024), Besson retoma la mancuerna creativa y se sumerge en una reinterpretación libre de la novela gótica de Bram Stoker, contada esta vez desde una perspectiva inusual: a través de los ojos de un vampiro enamorado. En esta versión, Vlad es un personaje melancólico, marcado por una obsesión nacida de su inmortalidad, condena que, según el filme, le fue impuesta por Dios como castigo por sus blasfemias.
A diferencia de adaptaciones anteriores, como la fastuosa Bram Stoker’s Dracula de Francis Ford Coppola o las versiones más oscuras de cineastas contemporáneos, aquí la historia no orbita alrededor de Mina y su círculo, sino que el propio vampiro toma la palabra para narrar dos historias paralelas: la de su fe en Dios y en el destino y la de su amor eterno, reimaginado y situado en el mundo actual.

El Drácula de Besson tiene identidad propia: menos centrado en el erotismo y más en la romantización del mito. En ocasiones incluso roza el tono de un cuento de hadas, apartándose de la atmósfera gótica para acercarse a un público más joven, sin perder del todo la intensidad y el misterio. La película alterna momentos de romance puro con escenas de acción al más puro estilo Besson: combates cuerpo a cuerpo, batallas épicas y coreografías visuales que combinan violencia y poesía.
En esta versión, Christoph Waltz ,ganador del Óscar por Bastardos sin gloria, interpreta a un sacerdote implacable, el principal perseguidor de Vlad, un hombre que conoce sus secretos más oscuros y que buscará acabar con él de una forma distinta a la vista en adaptaciones previas. Si bien Besson se toma licencias creativas que rompen con muchas de las reglas vampíricas tradicionales de Stoker, la historia está salpicada de referencias históricas que anclan cada episodio en una época concreta.

No es una película para quienes busquen una reproducción fiel de la novela original; es, más bien, una reinterpretación personal, imaginativa y nostálgica, que no teme coquetear con el humor y desplazar el horror a un segundo plano, sin renunciar a las dosis generosas de sangre que todo amante del mito espera.
La química entre Zoë Bleu como Mina y Caleb Landry Jones como Vlad es uno de los puntos más altos: intensa, íntima y convincente. Su romance, interrumpido por el destino, es el corazón emocional del filme. El resultado es una propuesta distinta, donde los tintes históricos y románticos se mezclan con la acción, la fantasía y el inconfundible pulso narrativo de Luc Besson.
En definitiva, Drácula (2024) es una mirada fresca y emocional a un clásico que todos creemos conocer, pero que aquí se presenta con un rostro nuevo: más humano, más melancólico y, quizás, más enamorado que nunca.