Ocho de cada diez de Sergio Umansky. La desesperación dentro de un hervidero de cifras
Hablar de la violencia a través de cifras deshumaniza, se olvida que cada unidad de ese acumulado representa las lágrimas de una familia. En un intento por sensibilizar y darle un rostro a esos números, se presenta dentro del cine de denuncia Ocho de cada diez de Sergio Umansky.
Después del trágico homicidio de su hijo, Aurelio Amado (Noé Hernández) comienza la búsqueda para encontrar a los responsables y hacer justicia. Despechada por el sufrimiento, su mujer lo echa de su casa y se va a un hotel del centro de la Ciudad de México en donde conoce a Citlali (Daniela Schmidt), una mujer inmigrante que se dedica a la protstitución y desea recuperar a su hija de las manos de su violento esposo.
Al ver que no hay avances de los policías sobre el caso de su hijo, Aurelio se convierte en un detective y comienza a llevar datos para apoyar la investigación. Sin embargo, la indiferencia de las autoridades se apodera del caso, el señor Amado sabe que no harán nada. Un policía se aprovecha y le ofrece matar y desaparecer a los culpables por 12 mil pesos.
A lo largo de la trama, vemos la evolución de Aurelio Amado pasar de un sumiso empleado de una fábrica de textiles, un ciudadano que sigue los protocolos para la denuncia y un hombre introvertido a una persona consumida por la desesperación que lo lleva a exigir con violencia su pago y convertirse en el padrote de su amada para conseguir el dinero para su venganza. Esta actuación llevó a Noé Hernández a ser galardonado con el Premio Mezcal en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG) 2018 y el Ariel en su edición 61.
Por su parte, para este filme, Daniela Schmidt no solo realizó una gran actuación con la que se llevó también el Premio Mezcal, sino que fue parte del equipo de producción de Ocho de cada diez. Para este proyecto, su papel como actriz y productora lo fue construyendo a partir de la investigación y el acercamiento a mujeres que viven en la calle, son adictas y prostitutas.
Cabe mencionar el adecuado manejo de la ficción dentro de escenarios reales, en donde, por un lado el encuentro de las historias de los protagonistas como víctimas de violencia termina abriendo una línea romántica con un oscuro halo de venganza y tristeza en medio de escenarios de precariedad. Mientras que por otro lado, observamos la serie de cortes de grabaciones de asesinatos reales con los que no podemos dejar de pensar en la cifra que le da nombre a la película: ocho de cada diez asesinatos quedan impunes.
Uno de los elementos que acompaña la trama y logra intensificar las emociones es el diseño sonoro de Odín Acosta y la musicalización de Kenji Kishi. Es un trabajo muy preciso de profundidad de acuerdo a la posición en la que el espectador se encuentra, el paisaje sonoro de la plaza donde ocurre el asesinato, el partido de fútbol de fondo en la televisión o el aislamiento del ruido del Zócalo en la celebración de la Independencia.
Posiblemente, lo único a reprochar es la falta de profundidad en los diversos temas que nos presentan para dejar claro el contexto de violencia, corrupción, indiferencia y escasez, tanto económico como de derechos humanos. Pero no es precisamente una historia de amor, tampoco es un documental, por lo que el director se permite dejar esa extraña sensación de esperanza en la que vemos que a los protagonistas se les abre un nuevo horizonte pero sin dejar atrás el dolor.
Durante su exitoso recorrido en festivales Ocho de cada diez se llevó galardones como Premio Guerrero de la Prensa en Largometraje de Ficción en el 33º FICG, Mención especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Varsovia, Mejor director en Cine Frontera Brasil, entre otros y ahora la película llega a salas nacionales a partir de este 9 de diciembre.