‘Babylon’: excesos, jazz y el extraño retorno de Damien Chazelle
Desde su debut con Whiplash (2014) y su posterior consagración en las premiaciones con La La Land (2016), Damien Chazelle ha tenido un camino irregular en cuanto a producciones se refiere, con apuestas que suponen triunfos en elenco, en lo técnico y en lo musical pero que no han encontrado el camino al éxito que había conseguido, siendo prueba de ello First Man (2018) con su éxito moderado o la serie The Eddy (2020), que no ha tenido la misma fortuna pese a su producción a cargo de Netflix.
Para cambiar eso y con la consigna de entregar producciones inolvidables, el nacido en Rhode Island nos trae Babylon, un retrato impresionante, frenético, a la vez que de caótico encanto relativo a la transición del cine mudo al sonoro, con mucho jazz, muchos excesos pero sin dejar indiferente a nadie (dependerá si para bien o para mal).
Ambientada en Los Angeles durante los años 20, cuenta una historia de ambición y excesos desmesurados que recorre la ascensión y caída de múltiples personajes durante una época de desenfrenada decadencia y depravación en los albores de Hollywood, todo desde 3 visiones distintas: la del actor insignia de su momento Jack Conrad (Brad Pitt), la carismática pero problemática actriz Nellie LaRoy (Margot Robbie) o la del entusiasta y soñador Manny Torres (Diego Calva).
Como es costumbre, Chazelle construye un relato audiovisual alucinante gracias a su gran talento para colocar y mover la cámara, todo esto al ritmo de los compases de alta calidad de su colaborador habitual Justin Hurwitz quien ha confeccionado una banda sonora dinámica, melancólica o romántica, siendo igual de disfrutable como un álbum o como experiencia meramente sonora.
El guión de Damien está diseñado especialmente para los entusiastas del cine, de su historia, todo envuelto en un diseño de producción impresionante. Cada vestuario, cada elemento de cada locación, e incluso la manera de vestir de cada personaje está cuidadosamente integrado para que el público quede inmerso en una época tan intempestiva como aquella década de 1920, con excesos mostrados sin tapujos y que entregan un retrato extrañamente romántico de esta etapa clave en el devenir de un mundo que estaba por alcanzar nuevos niveles.
La película ilustra correctamente todas las vicisitudes de aquellos tiempos. En primer lugar, trae la muchas veces olvidada situación de numerosos actores que no pudieron adaptarse al avance tecnológico que supuso la entrada de sonido en la realización de películas. Las secuencias que enseñan la grabación del cine mudo, en el que existía aquellos cartelistas que dibujaban los cuadros de diálogo, los riesgos de los rodajes o esa limitación en los aparatos, son llevados de una manera fantástica. Mismo caso con el cansino proceso para rodar una escena ya con lo sonoro como elemento, en el que calor, la grabación meticulosa de audio, así como de una falta de experiencia en los actores que antes no requerían aprenderse diálogos y su libreto era totalmente lo gestual, hacen de ese momento algo simplemente maravilloso.
En segundo lugar, el filme tira dardos que son recordatorio de que se ha avanzado en múltiples temas que van desde el racismo ilustrado con la historia del trompetista Sindey Palmer, la homofobia que fue creciendo para infortunio de la sensual cantante y actriz Lady Fay Zhu e incluso ese prejuicio contra el extranjero que debía en ocasiones ocultar su origen como pasa con el mexicano Torres.
En tercer lugar, hay una aura notable de reflexión sobre el precio del sueño americano y de la inmortalidad simbólica inherente al legado de una obra realizada en vida, puntos representados por los polos expuestos que son las historias de Nellie y la de Torres, siendo ella quien personifica al clásico artista maldito que solo se hunde, mientras que él es quien encarna al personaje trabajador, que en su afán de lograr sus sueños luchará y demostrará su empeño sin olvidar a sus amigos.
Respecto al legado, esta discusión se plasma en la historia Conrad, un actor que apoya el avance pero que encontrará en esto como un primer golpe en su carrera, tratando de ser relevante con películas y actuaciones que generen el aplauso, siempre pensando el arte, la importancia del cine, siendo él quien sea la voz que lance dardos a quienes menosprecian las películas, colocándolas en el lugar más bajo de las disciplinas artísticas.
Las actuaciones son de primer nivel. Margot Robbie interpreta con carisma y locura a Nellie LaRoy, con escenas donde confirma su gran talento para pasar por distintos puntos emocionales, resaltando el momento donde amolda su llanto para grabar una escena que es una auténtica delicia: Brad Pitt cómo Jack Conrad tiene ese encanto presuntuoso que exuda seguridad, porte y que se quiebra cuando la realidad lo golpea, siendo este papel otra muestra de su madurez y versatilidad cómo actor; Diego Calva, que interpreta a Manny Torres, ofrece una actuación serena y convincente que hace que se empatice con los sueños de su personaje, siendo el móvil que aprende a la par del espectador sobre los procesos en la realización de los diferentes proyectos.
Sin embargo, ese exceso que apantalla de principio a fin resulta en escenas que pueden descolocar y agotar al público general, que no esté muy empapado de las referencias presentes o que de plano no esté acostumbrado a un desenfreno constante tanto en trama como en lo visual.
La línea que se traza en los primeros dos tercios se rompe para el cierre del largometraje en lo que se podría traducir como un experimento artístico que intenta generar un final a la Cinema Paradiso pero que por escenas que alargan, aún más, las más de tres horas que dura la experiencia, no consigue del todo general esas emociones que pudieron darle aún más efecto a esa carta de amor exhuberante al cine.
Con todo esto, Babylon es una propuesta ambiciosa que sin duda se posiciona como uno de los eventos del año cinéfilo, un retrato a una época que está por cumplir el siglo y que quizá no ha llegado en el tiempo correcto pero que se ganará un lugar como destacada cinta de esta en la que más propuestas disruptivas se necesitan.