The Queen Is Dead: El Clímax de The Smiths
Consolidados como referentes de toda una nación, los liderados por la dupla Morrissey–Johnny Marr llegarían a lo más alto con el sucesor del icónico Meat is Murder. Un álbum con letras poseedoras de un ingenio titánico y música cuya calidad no tiene fecha de vencimiento.
PREÁMBULO: EL TORBELLINO INTERNO
Para 1985, The Smiths se habían convertido en la banda más importante del Reino Unido. Sus letras políticas acompañadas por una pegajosa música la situaban como la indiscutible del público y cada nuevo lanzamiento era anhelado. Aunque «That Joke Isn’t Funny Anymore» había fracasado, se atisbaba un horizonte prometedor con «The Boy with the Thorn in His Side», el adelanto de lo que sería The Queen Is Dead.
Casi un año más tarde y en medio de conflictos con su discográfica Rough Trade por «querer grabarlo todo», se dispusieron a grabar su tercera placa, que representaba a la vez, el segundo trabajo que se producía bajo el liderazgo de la dupla Morrissey-Marr con la ayuda del ingeniero de sonido Stephen Street (futuro productor de Blur y The Cranberries), quién entraba como tercera opción tras el desplante del legendario George Martin (productor de The Beatles) y el gran Tony Visconti (conocido por su trabajo con David Bowie).
Resulta curioso que la brillantez y desfachatez asomarán ante una tormenta que vivía el propio grupo: la adicción a la heroína del bajista Andy Rourke, que tras despedirlo le dieron una segunda oportunidad; el cansancio físico ocasionado por tomar cada concierto «como el más importante»; y la atención extenuante de la prensa ante declaraciones de su frontman, enaltecen el producto final.
DE MARGARET A ISABEL
Críticos con los políticos, este álbum sufrió una modificación notable en el título que habría de llevar pero sin dejar de lado lo agresivo del mismo. Margaret on the Guillotine, primer título a considerar, evocaba directamente a la entonces primer ministro Margaret Thatcher. Pese a ser descartado en aquel momento, el propio Morrissey recuperaría esto para nombrar así a lo que sería una de las canciones de su debut en solitario Viva Hate.
La segunda opción (la definitiva), igual de contundente y hasta escandalosa para la época, The Queen Is Dead, corresponde a la actitud incendiaria que aquí terminarían de detonar con gran nivel. Una noticia que parte de la población anhelaba y que parecía complemento lejano a Sex Pistols con su God save the queen, impulsó todavía más el carisma con su público.
Además de esto, los cuatro músicos presentían que su tiempo de vida como grupo era cada vez menor y bajo la palpable filosofía del carpe diem (que contrastaba con las discusiones entre vocalista y guitarrista), siguieron adelante con las grabaciones de lo que sería considerada por varios medios como «la obra maestra de The Smiths«.
DISECCIONANDO UN CLÁSICO INSTANTÁNEO
Durante 37 minutos repartidos en 10 canciones, The Smiths entrega un álbum que, desde el principio, sigue los aspectos cinematográficos y literarios que determinaron su base creativa. Tanto letras y como música están bien encapsuladas en la portada tomada de un fotograma de la película L´Insoumis (1964) de Alain Cavalier (teniendo como protagonista de la imagen a Alain Delon)
Por cierto, la canción que se escucha al iniciar, es un fragmento de “Take Me Back to Dear Old Blighty” cantada por el personaje de Cicley Courtneidge en la película de 1962 The L-Shaped Room.
Tras el canto inicial alegre, llega la estridencia con el tamborileo del batería Mike Joyce (una auténtica caja de ritmos humana) que da paso a unas líneas redentoras del bajo de Rourke y otra muestra de virtuosismo por parte de Johnny Marr con los riffs vertiginosos en la guitarra. Estos últimos se complementan con los impecables instrumentos de cuerda sintetizados, que también son labor del guitarrista.
Por su parte, Morrissey con su voz pasional le da mayor poder a una letra frontal que crítica a la realeza y expresa su ilusión por que den la noticia de que «la Reina ha muerto». Pide alegría pese a que hay otros enemigos a los que derrocar como lo son los pubs que «envenenan el cuerpo» y la «iglesia que solo quiere tu dinero». Un inicio brutal.
«Frankly, Mr. Shankly» es la alegría musical confeccionada por una pegajosa sección rítmica de bajo, guitarra acústica y batería, a los que se suma una intempestiva guitarra eléctrica que supone un agradable subidón. La letra, expone de nueva cuenta la importancia de «vivir el ahora», de estar en movimiento y de tener claro que la fama esta por encima de ser «un hombre justo» o «religioso».
Además, es un mensaje para Geoff Travis (fundador de Rough Trade), donde le son francos al decirle que era «un dolor de culo» por las ya mencionadas exigencias, por indicar que no sabía escribir poesía y una especie de prerrogativa para dejar el sello, a la orden de «danos tu dinero».
«I Know It’s Over» es una balada alejada de la clásica canción romántica. Morrissey le pone mucho sentimiento a una letra que reconoce sin tapujos que al amor no le importa lo exterior o lo interior, sino que su fundamento es el sufrimiento ocasionado por la ausencia. Todo lo que el ser humano construye con base en los sueños o ilusiones será destrozado por una realidad que muchas veces es opuesta al ideal.
La calma de Joyce en una batería liviana, Rourke que despunta al bajo, así como una ejecución impecable del Marr multiinstrumentista (toca los sintetizadores, realiza los arreglos orquestales y lleva a otro nivel tanto guitarra acústica como eléctrica), son los elementos que encajan a la perfección con la vibra oscura y pesimista del cantante.
Siguiendo la estela del tema anterior, «Never Had No One Ever» es un himno a la soledad y al abandono que se vive con cualquier tipo de pérdida. Morrissey no solo es impecable con su canto, sino que le da mayor potencia a la letra con las risas que son el indicativo de aceptación a lo anterior. El resto de los integrantes entregan una parte instrumental perfecta, destacando las guitarras con vena country y la parte rítmica deliciosa e imperturbable.
«Cemetry Gates» funge como subidón anímico gracias a su música ligera y positiva. Título mal escrito por la dificultad que tenía Morrissey para deletrear la palabra cementery, corresponde de manera curiosa como un contraataque hacía sus haters que lo acusaban de plagiar.
La respuesta se da con un relato que evoca a los dramaturgos John Keats, William Yeats y Oscar Wilde, y que además recalca que en el lenguaje es casi imposible no decir algo ya dicho, dando una cachetada con guante blanco a todos sus detractores.
«Bigmouth Strikes Again» corresponde al clímax del álbum. Canción de gran energía, parte rítmica pegadiza y un Johnny Marr enorme, se ve complementada por una ingeniosa parte lírica que habla tanto del arrepentimiento que sufren los bocazas a los que se les van de las manos sus acciones como el de hacer analogía a la imagen sexualmente ambigua que Morrissey tenía en aquel momento.
«The Boy with the Thorn in His Side» posee un rico cúmulo de sonidos: Joyce vuelve a la rapidez clásica; el bajo de Rourke destaca, va a la par de ese magnético pandero; y Johnny Marr entrega geniales arreglos sintetizados de cuerdas, además de ejecutar dos guitarras inolvidables, sobre todo al final con riffs eléctricos que siguen de manera genial la voz principal.
Respecto a la letra, Margi Clarke preguntó a Morrissey si la canción habría sido inspirada por la historia del escritor Oscar Wilde, a lo que el cantante contestó:
«No, eso no es verdad. Es…, la espina [de la que habla la canción] es la industria musical y toda esta gente que nunca creería nada de lo que dijera, trataría de deshacerme de mí y no tocaría nuestros discos. Entonces, creo que llegamos a un punto donde sentimos: si no me creen ahora, ¿alguna vez podrán creerme? ¿qué más puede hacer un… muchacho pobre?»
«Vicar in a Tutu» es uno de los temas más bailables del álbum, gracias a su vena de rockabilly, con excelentes percusiones y ritmo acelerado. La canción narra una historia curiosa donde un vicario da sermón mientras baila con un tutú y donde Morrissey pide que se le acepte tal cual es. Una clara referencia a lo que muchas veces vivió el propio letrista con su manera de vestir y que aquí desahoga.
«There Is a Light That Never Goes Out» es una de las más grandes canciones de la banda, sobre todo por qué refleja el estilo de la banda: una combinación de letras un tanto oscuras y tristes con música alegre, romántica o llena de energía.
En el caso de la penúltima canción de The Queen Is Dead, la sección de cuerdas sintetizadas, una despampanante flauta y la ya mencionada labor de los otros instrumentos, suman a una de las voces más reconocibles de Morrissey. A través del narrador, cuenta la historia de un protagonista que fue echado de su casa y que esta enamorado de manera secreta del chofer. Este sentimiento no es correspondido pero, a su vez, es sublimado por el deseo de morir a lado del objeto de su amor.
El cierre llega con la exquisita y magnética «Some Girls Are Bigger Than Others». Pandero que guía a la batería y bajo que sigue majestuosamente la siempre virtuosa guitarra de Marr (que vuelve a dejar brillo en los sintetizadores), se conjuntan para ofrecer, según palabras de Johnny, «una de las mejores partes rítmicas que hemos escrito».
Por otro lado, Morrissey compone una letra bastante sencilla que responde a su falta de interés por el sexo opuesto, aunque existen especulaciones sobre supuestas peticiones de la discográfica para «reducir» letras que eran «agresivas» contra las mujeres.
Queda en el oyente decidir con cual versión se queda.
EL CARPE DIEM SIN VIGENCIA
Con un lanzamiento retrasado por poco más de 6 meses, The Queen Is Dead fue un éxito tanto en ventas como en crítica. Sin embargo, también se convirtió en una de las causas de la separación que se daría un año después, debido a la presión de una agenda abrumadora y al descontento cada vez más latente por parte de Marr respecto a su banda.
No obstante, lo conseguido en este penúltimo trabajo de estudio, con base en la filosofía de «vivir el presente sin mirar al futuro», sigue tan fresco como aquel junio de 1986, cuando todo el mundo se rindió ante The Smiths, confirmando lo dicho por el documental Las Siete Eras del Rock:
“Decían ser de Manchester, pero parecían de otro planeta”.