Minari (Reseña)
El sueño de una vida mejor representado de una manera real.
Cuando se va del lugar donde uno creció, siempre es un proceso difícil. Ya sea por iniciativa propia o debido a circunstancias nada agradables, migrar a una ciudad o país ajeno es un cambio bastante fácil de conllevar.
Esto es reflejado de gran manera por el filme Minari, dirigido y escrito Lee Isaac Chung, donde nos presenta una historia semi-autobiografica con una clara representación sobre alcanzar el tan anhelado sueño americano, es más difícil de lo que uno pensaría.
Jacob Yi y Mónica Yi, una pareja coreano-estadounidense buscan establecerse en los Estados Unidos. Decidieron desde muy jóvenes huir de la precaria situación en oriente, pero esperar dicha estabilidad se ha vuelto tortuosa después d 10 años de perseverancia y búsqueda sobre todo cuando este deseo ya no es exclusivo para ellos, sino también para sus hijos: Anne y David.
Si a esto le sumamos el hecho de una cierta condición de salud del pequeño David, los Yi no la han tenido para nada fácil. Jacob decide entonces dejar su esclavizado estilo de vida en California para mudarse a Arkansas para echar raíces con la ayuda de una granja.
El padre de esta familia no descansara hasta ver cosechas abundantes para poder venderlas y así, lograr tener un patrimonio propio pero sobre todo, darle todo lo necesario a su familia. Por si fuera poco todo este cambio, a su nuevo hogar llega la abuela malhablada pero increíblemente cariñosa Youn Yuh–jung.
A pesar de tocar el evidente tema de inmigración, la cinta no utiliza la vieja fórmula de ilegalidad, sin embargo, refleja que aun en supuestas “mejores condiciones”, no es fácil establecerse en un país totalmente distinto en cultura y costumbres.
Y justo ahí es donde se desarrolla el conflicto de la trama, avanzando desde el inicio de la película con la pareja debido a sus respectivos conflictos siendo un choque constante de ideologías. Mónica está más adaptada a la civilización, al clásico plan de vida basado en un trabajo de no tan buena paga pero estable, mientras que Jacob tiene una percepción más soñadora, cuyo objetivo es vivir a base de una vida rural dependiente a la incertidumbre expectativa de la madre naturaleza.
Conforme avanza la historia, podemos darnos cuenta de la frustración de nuestros protagonistas al no poder adaptarse a pesar del tiempo radicado allí. Para todo aquel viviendo en otro país, podrá identificarse con alguno de los protagonistas al evidenciar como la sociedad aún continúa estereotipando a los extranjeros al grado de la incomodidad.
El tener una sub-trama con el hijo menor y la abuela es un gran acierto, sobre todo al ver la evolución de su relación debido a sus personalidades e incluso con instantes claves en la vida de ambos, dando como resultado la construcción de una estrecha relación y totalmente opuesta a la que se va desarrollando en la pareja, demostrando la importancia de la comunicación en todo matrimonio.
Lo atractivo de este largometraje es lo real que se siente gracias a su excelente manejo emocional. Al no caer en elementos exagerados ni en clichés, podemos ser testigos de un drama representado de forma más realista; esto sumado con las actuaciones en conjunto de la ambientación musical hacen que uno se sienta parte de la película, que sea un testigo incorpóreo.
Todos podemos ser como el Minari, crecer en cualquier lado. El ambiente puede no ser siempre el más idóneo, pero al final podremos echar raíces. Sin duda estamos ante una película cargada de realismo, conflictos de interés y emocionales que invitan al espectador a meditar sobre nuestra visión ante los dilemas morales y replantear algunos ideales.