Blanco de Verano, fragmentación familiar contada en silencio

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Blanco de Verano, película mexicana dirigida por el egresado del CCC Rodrigo Ruiz Patterson, muestra la vida de Rodrigo (Adrián Rossi), hijo único de Valeria (Sophie Alexander), quienes se acompañan mutuamente en una pequeña vivienda en Ecatepec, a las afueras de la Ciudad de México y cuya dinámica se reconstruye cuando aparece Fernando (Fabián Corres), nuevo novio de Valeria y contra quien Rodrigo tendrá que luchar por conservar su jerárquico lugar en casa.

Bajo esta primicia Ruiz Patterson nos desarrolla la evolución entre esto tres personajes con el peso emocional recayendo constantemente en Rodrigo y teniendo a Valeria como intermediaria entre su hijo y su pareja y al mismo tiempo, sufriendo las consecuencias de las acciones impulsivas y violentas de su primogénito.

Detrás de cámara de Blanco de Verano

En cuanto a la relación de Rodrigo y Valeria se entiende fácilmente es un tanto dependiente y en ocasiones incómoda, dando tintes a la famosa relación entre Norman Bates y su madre en Psicosis (Alfred Hitchcook, 1960). Esta incomodidad y dependencia es bien ejecutada para causar al espectador cierto rechazo y al mismo tiempo empatía por la relación madre e hijo lo cual simula la montaña rusa de sentimientos que vemos en pantalla.

Otro tema que domina la trama es la existencia de una actitud machista de manera indirecta al mostrarnos una lucha de poder por la atención y validación femenina y en el hogar. Llevándose de la mano con la falta de figura paterna y su inexperta familiaridad con estos sucesos. Por otra parte, también se pude analizar la perspectiva de Valeria al tratar de complacer a ambas partes y fallando en su tarea. Ambos temas son abordados lo suficiente como para reflejar la realidad de miles de familias. Atributo que ha sido resonado entre el público como positivo y ha contribuido a ganarse su aceptación.

Los aspectos más destacables sin duda son tanto las actuaciones como la fotografía. Gran parte de las emociones que externan al espectador no utilizan diálogos. El lenguaje corporal es el encargado de transmitir el mensaje y potencializar el ambiente hostil en el que se encuentran los personajes, sobre todo de parte de Rossi. Visualmente, los planos son limpios, cuidados y estudiados. Intervienen de manera orgánica lo cual le agrega calidad, característica importante de los films realizados bajo el sello del Centro de Capacitación Cinematográfica.

Es importante mencionar que a pesar de sus cualidades, Blanco de Verano tiene fallas que, pueden no ser graves, pero, sí pueden atribuir a que al público con gustos meramente comerciales se le dificulte conectar con ella. Un ejemplo de esto es el ritmo en ocasiones lento y la falta de una estructura más marcada entre situaciones clave memorables, que en retrospectiva parecen escasear, algo que puede ser producto de que ésta sea la ópera prima del realizador.

De igual manera, las acciones del protagonista muchas veces recuerdan a la película de Lynne Ramsay, Tenemos que Hablar de Kevin, (2011) pero en esta película no se siente con la misma intención ni intensidad y pueden pasar como  berrinches exagerados derivados de situaciones que no los justifican lo suficiente, y aunque terminan de demostrar el punto de la lucha adolescente, deja abiertas más preguntas y temas que no son abordados y que concluyen de manera interpretativa y un tanto abierta, lo cual puede parecer está incompleta.

Blanco de Verano expone múltiples perspectivas de una dinámica familiar fragmentada que busca su restauración a pesar de sus impedimentos y que predice su dificultad. También es una película que puede abrir la conversación a las interpretaciones y desembocar en los gustos personales que serán factor importante en decidir si se tiene su aceptación total.

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