Nosferatu (Reseña)
La creatividad en Hollywood atraviesa una crisis impresionante en la creatividad. Remakes, secuelas, reboots, precuelas de grandes títulos han compuesto una oferta cinematográfica que sorprendentemente domina la taquilla pero que ha entregado productos sin alma.
Cuando se anuncio una nueva versión del clásico Nosferatu, las dudas llegaron de manera lógica pese a que el talentoso Robert Eggers estuviera a cargo. Habrá que recordar que el realizador ya sorprendió con La Bruja (2015), El Faro (2019) y El Hombre del Norte (2022), todas películas con una propuesta estética hipnótica, de tono visceral, con una puesta en escena de extenso trabajo así como de una dirección espectacular que impulsan a un cast comprometido y que brinda interpretaciones brillantes.
Para alivio de todos, esta actualización en la seguidilla de adaptaciones a Drácula de Bram Stoker que tuvo en 1922 una de las más icónicas relecturas no solo está a la altura de la empresa que supone el peso de su importancia sino que lleva las posibilidades a nuevos niveles que la colocan como una de las mejores cintas del año.
La trama de Nosferatu se ubica en la Alemania de 1838 y sigue la historia de Thomas Hutter (Nicholas Hoult) y su mujer Ellen (Lily-Rose Depp), una pareja que vive feliz en la ciudad de Wisborg. Hutter trabaja para Heer Knock (Simon McBurney), un agente inmobiliario que lo envía a las montañas de Transilvania, en los Montes Cárpatos, para ultimar la venta de una finca con el Conde Orlok (Bill Skarsgård). Tras un complicado y siniestro viaje lleno de escalofriantes experiencias para cerrar el lucrativo negocio, Hutter, tras ser recibido por el anfitrión solícito y hospitalario de Orlok, se descubre la marca de unos colmillos en su cuello y pronto comprenderá que el Conde es en realidad un vampiro.
Se nota que para este desafío cinematográfico se ha formado un auténtico equipo de alto calibre en cada departamento. Eggers no solo entrega, como de costumbre, una dirección que aprovecha todos los recursos en cámara sino que construye un guión que dota una tensión sólida que enriquece la atmósfera gótica, implementando momentos llenos de trances sobrenaturales, secuencias gore y esa lucha encarnizada entre el bien y el mal.
En lo visual, hay aplausos para lo que se ha logrado. Jariun Blaschke es el director de fotografía permanente en las películas de Eggers y se nota su gran entendimiento como dupla, aprovechando cada paisaje así como del magnífico diseño de producción de Craig Lathrop, quien realmente lleva al espectador a los Cárpatos y a las ciudades alemanas de la primera mitad del siglo XIX.
Sumado a lo anterior, la labor de maquillaje es destacada, no solo en lo que relativo al Conde Orlok que asume una nueva apariencia respecto a la cinta de 1922 sino que cada secuencia sangrienta, cada rostro transformado, cada hérida, es realmente impactante. Los efectos especiales tienen un balance en lo práctico y en lo digital, evitando que se noten los clásicos excesos que le quitan brillo a todo.
La música de Robin Carolan da mayor fuerza a la experiencia, regalando partituras góticas, en las que lo romántico, lo sombrío, lo solemne, lo grotesco conviven en una amalgama de exquisita manufactura. Nuevamente, de sobresaliente realización.
Nosferatu de Robert Eggers se posiciona como una de las películas más destacadas de 2024 y una de las mejores remakes que se hayan hecho. Respeto tanto por la mítica cinta de Friedrich Wilhelm Murnau como del clásico en la literatura de Bram Stoker.
Sin duda, una opción que vale totalmente la pena ver en pantalla grande y una gran forma de iniciar el 2025.